martes, 7 de julio de 2009

Toby Dammit

(Peligro: Terence Stamp al volante)

Toby Dammit es un cortometraje (o mediometraje si se prefiere) de Federico Fellini, inspirado en el relato de Poe No os apostéis la cabeza con el diablo. Media hora de obra maestra audiovisual. La estética de lo caricaturesco propia de la madurez de Fellini posee ya aquí su definido y definitivo vigor, puesto que en Giulietta de los espíritus dicha estética aún resultaba vacilante. Pero lo grotesco venía ya adherido al relato de Poe, donde su Toby Dammit a los pocos meses de vida ya ostentaba bigotes, jugaba a las cartas y maldecía.

Toby es una estrella del cine, un actor inglés, ídolo en la era de la imagen, que llega a Roma rodeado de la admiración de la industria cinematográfica y el agasajo servil de los medios de comunicación de masas, al igual que Anita Ekberg en La dolce vita. La autoreferencia comienza a ser una constante en el cine de Fellini. Y de esta media hora de cine perfecto surgirán otras imágenes y secuencias enteras para otra película. La entrada en Roma por la autopista es un motivo que se reanuda, en versión extendida, en la película muy apropiadamente titulada Roma, de Federico Fellini. Y no sólo eso: parte de las cómicas pesadillas que sustentan La naranja mecánica de Kubrick ya están aquí vaticinadas. Terence Stamp no es ya el Billy Budd de Peter Ustinov ni el enviado de Dios pasoliniano: ya es el que todos conocemos… chiflado perdido (¡ya era el de Priscilla, reina del desierto!)

Toby es una bala perdida que nunca herirá a nadie salvo a sí mismo. Comienza a narrarnos su historia desde una voz en off imposible, puesto que ya está muerto. El mundo que vemos es todo él un espectro poblado de sombras, donde Toby es una más. El relato es una representación fantasmal en la que su protagonista se halla atrapado, interpretando eternamente su triste papel. Llega a Italia para protagonizar una peli: el primer western católico de la historia del cine, donde Cristo vuelve al mundo en medio del salvaje Oeste. Pero a Toby no le importa el cine, ni su público, ni nada: sólo el Ferrari que le han prometido y que reclama con insistencia. Pañuelo negro del siglo XIX al cuello, camisa con chorreras, pantalones lila, pop y a la vez decimonónico y anacrónico en toda su figura, se ha pavoneado en un escenario televisivo, en la fiesta posterior insulta a sus admiradores, manda a la mierda a unos y otros y después se larga.

La ambigüedad sexual de Toby se pone de manifiesto en sus sensuales caricias a las formas femeninamente redondeadas del volante y a la forma recta del cambio de marchas. Fellini no teme el ridículo en la ostentación de la simbología más psicologista, seguramente porque en él es siempre alusión irónica y los significados dependen siempre de otro tipo de imágenes, las más misteriosas y menos unívocas.
Toby arranca mientras su séquito se lamenta y le llama a gritos. Con estremecedor estruendo nos recuerda aquí Fellini que Italia es la patria del futurismo y el origen de la aceleración vanguardista. Comienza así la carrera hacia el infierno a través de una Roma que ya es antesala infernal. Los espacios que reflejan típicas calles de centro histórico se confunden con otros del campo. Toby se sale de la ciudad una y otra vez, volviendo a entrar en ella en busca de la nada. A veces se detiene, ríe como un triste loco, grita como un demonio y vuelve a arrancar. Toby es también la visión que desde Italia se tiene de los anglosajones tan triunfantes y vistosos en la segunda mitad del siglo XX.
Toby es un Byron estrafalario y sin talento, un Jerry Cornelius en horas bajas. Vampiro atípico que vive y se alimenta de luces artificiales y focos. El vacío de la era de la imagen publicitaria. Un muerto que corre más deprisa que los vivos. Plancha metálica y gasolina, ruedas que humean y Romanticismo futurista.

Roma aparece vista desde la mirada de quien se desplaza a toda velocidad, como en el final futurista de la película "Roma", con todos sus monumentos que parecen cabalgar arrebatados en el espacio, con luces quebradas y siniestras que los acribillan al pasar. Toby se asusta, se ríe, se enfurece con todo lo que va viendo en su excursión. El coche llega a una plaza y el espectador cree percibir una de esas siluetas publicitarias de cartón que representan a un cocinero o a un camarero. El espectador cree haber visto tal cosa, repito, pero no está seguro de haber visto bien. En cambio, seguidamente, el Ferrari pasa junto a un camarero solitario, vestido de blanco fantasmal frente a su silencioso restaurante: está paralizado en su gesto de saludo… es un ser real que imita una figura de cartón. Toby acelera: pasamos junto a otro camarero, y éste sí que es un maniquí. Más tarde, el Ferrari (tan “chic” como aquel Bugatti con el que se hizo retratar Tamara de Lempicka) se detiene ante un rebaño de ovejas: son todas de plástico menos una. Seres jorobados o deformes, calles expresionistas, burros solitarios, se van sucediendo. Cuando Toby (¡maldito sea!) vuelve a atisbar un maniquí vestido de cocinero, no lo duda: lo atropella sin piedad y el contenido de su bandeja sale volando por los aires.

Finalmente llega el encuentro con la autopista cortada y hundida. El Diablo, para Toby Dammit, es una niña pícara por la que siente un arrobamiento pedófilo que no disimula. Su Demonio le espera al otro lado de la fosa. Cuando lanza su coche, más bello que la Victoria de Samotracia, a saltar el vacío para pasar al otro lado, no se escucha ningún estruendo de caída que señale el fracaso de la intentona: sólo un afilado aullido, que no es el de ningún perro atropellado sino el terrible zumbido del cable de hierro tendido de través por encima del asfalto y que ha cortado la cabeza del pobre Toby.

Toby Dammit es el tercer episodio de la película Tres pasos en el delirio (También llamada Histoires extraordinaires), de 1968, donde tres directores fueron reunidos para homenajear a Edgar Allan Poe. Los cortometrajes se suceden con un interés creciente: desde el sensacionalismo tramposo de “Metzengerstein”, dirigido por Roger Vadim, pero no exento de secuencias dotadas de vigor visual (aunque no elude ni el morbo fácil de situar a Jane Fonda junto a su hermano Peter protagonizando una historia de amor que para el espectador de la época adquiere por tanto tintes incestuosos), pasando por el “Wiliam Wilson” de Louis Malle (que es una adaptación más sólida y con un estilo más elocuente) y protagonizada por Alain Delon… hasta llegar al mejor de todos que es este “Toby Dammit” de Fellini.
En este año del CENTENARIO DE POE vale la pena encontrar y ver esta película, por el relato de Malle y sobre todo por el que nos ocupa en estas líneas. Después de ver la película, indago en Youtube y me encuentro con que la parte final del metraje (la carrera diabólica de Dammit) se puede ver ahí, cierto es que con deficiente calidad de imagen. El corte entre el vídeo 3 y el 4 no está correctamente realizado porque no se aprecia bien el rebaño de ovejas de plástico que sorprende al protagonista. Es aconsejable, por encima de todo, ver el último corte (nunca mejor dicho esto de “corte”), para asistir al paroxismo demoníaco de Terence Stamp antes de salir al encuentro de su destino a 100 por hora.
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Los vídeos:


(Un dibujo de Alfred Kubin)

3 comentarios:

loleta dijo...

es brillante.

g dijo...

buena reseña

g dijo...

es cierto, media hora de cine perfecto. buena reseña