domingo, 27 de diciembre de 2009

Michael Moorcock cumple 70 años ( II )

(Elric)

(…)
La composición del ciclo de Elric es un buen ejemplo de la singularidad de Moorcock como novelista: fue escrito y publicado de un modo desordenado y caótico, sin seguir en ningún caso la cronología del personaje. Relatos sueltos reunidos en libro, relatos concatenados con sucesión narrativa, novelas cortas o novelas de cierta extensión, se van acumulando a lo largo del tiempo al capricho de su creador. El primer relato de Elric, La ciudad de Ensueño, es de 1961, y en estas pocas páginas encontramos al destronado monarca cuando, tras vagabundear por el mundo, vuelve las armas contra sus mismos compatriotas, como el Coriolano de Shakespeare, pero sin que le tiemble el pulso y acabando con el poder de su propia nación. No conoceremos el comienzo de la historia hasta la novela titulada justamente Elric de Melniboné, de 1972. En realidad, los lectores conocen muy bien las trágicas circunstancias de la muerte del emperador albino desde que apareciera la inolvidable novela Stormbringer, de 1965, publicada por tanto poco después de ese primer relato; una novela más cuidada estilísticamente que otras entregas previas y posteriores de las hazañas del protagonista.
Pero esta peculiaridad también dota al personaje de Elric de una aureola trágica aún mayor: por mucho que lo veamos agitarse, moverse de aquí para allá a lo largo de cientos de páginas, sabemos bien cuál será su final ineluctable y el de algunos de los personajes secundarios. No otra cosa sucede con Anakin Skywalker en las últimas películas de Star Wars.

Otras novelas, como las del ciclo de El bastón rúnico, protagonizadas por Dorian Hawkmoon duque de Colonia, no pasan de ser típicas narraciones de aventuras fantásticas, originales en cuanto a ambientación, pero siguiendo una línea convencional de género. Las dos trilogías de Corum, dejando aparte la sorprendente primera novela de la saga, resultan desconcertantes e irregulares: aventuras coloristas que fascinan quizás por su misma índole delirante (no en vano los tres primeros libros de la serie se publicaron en España en la colección “Delirio” del editor Francisco Arellano). Los libros de Corum contribuyeron a forjar una imagen de Moorcock como escritor “fumeta”, trabajando y fantaseando bajo los efectos distorsionadores de diversas sustancias (donde éstas habrían afectado también, negativamente, a la calidad de su estilo), imagen que (justa o no) le ha acompañado durante mucho tiempo.
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Simultaneando con estos mundos de espada y brujería, creó también al personaje de Jerry Cornelius, el cual abría una dimensión radicalmente diversa en su obra. Las novelas de Cornelius (cuatro, más algunos relatos) son un delirante despliegue de la imaginación pop más alucinógena. Un personaje sesentero y setentero, un dandy de hortera elegancia que deambula sin rumbo por un Londres reconocible y a la vez distorsionado por la imaginación (o la alucinación), colmado de personajes estrambóticos y animado por disparatados saltos narrativos. Imaginad el capítulo 15 del Ulises de Joyce sirviendo como plantilla para una saga de novelas, y así podréis haceros una idea de lo que son estas Crónicas de Cornelius que la editorial Minotauro publicó por estos lares en el 2003. Uno de los rasgos más definitorios del autor británico es el exceso, y aquí se encuentra tamizado por un humor sarcástico y surrealista. Las historias de Jerry funcionan como metaliteratura, como parodia de la misma concepción de "novela" y del "novelar"; resultan divertidas, inquietantes y angustiosas a partes iguales, constituyendo un reto para la capacidad de comprensión de muchos lectores y piedra de toque para su sentido del humor, el muy especial y en algunas épocas necesario "humor del lector". El esmero estilístico y escenográfico que otorgó a esta serie de narraciones hizo que muchos críticos comenzaran a reconocer en Moorcock una valía literaria que antes le habían negado. Tras las peripecias de este Bunbury inglés, que es capaz de morir y resucitar varias veces, o incluso cambiar de color (con pelo blanco y piel negra, como si de un negativo fotográfico se tratara) ya es difícil reducir a Michael Moorcock a simple autor de género… Además, ¿a qué género pertenecería Jerry Cornelius?

En la misma línea “corneliana” se situaría la estrafalaria novela El tiempo de los señores halcones, escrita en colaboración con un tal Michael Butterworth (no confundir con el guionista de cómics, autor del Imperio de Trigan), donde un grupo de rock en el que participa el propio Moorcock como personaje, logra salvar al mundo con los poderes que les otorga su música.

(Continuará…)


(Rodney Matthews es un gran ilustador y uno de los que han dado forma visual a los mundos creados por su amigo Moorcock)



(Matthews y Moorcock)

lunes, 21 de diciembre de 2009

Un poema invernal de Stefan George


Molino, detén los brazos,
el campo ha de reposar.
Aguarda el estanque brisas.
Cúidanlo lanzas brillantes.
Los arbolillos se hielan
como la retama blanca.

Blancos niños se deslizan
sobre los hielos del lago.
Tras la bendición regresan
al hogar sumido en rezos,
al viejo dios de la ciencia,
al viejo dios ansiado.

¿Vino un soplo por la tierra?
Apenas brillan las lámparas.
¿No fue como si llamase?
¿Recibieron a sus novias
negros, profundos gnomos?
¡Campana, toca! ¡Campana!
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(del libro Peregrinajes -Pilgerfahrten (1891)-,
colección Adonáis, ediciones Rialp, 1954)

(Cazadores en la nieve, de Brueghel el Viejo)

viernes, 18 de diciembre de 2009

Michael Moorcock cumple 70 años ( I )

(Feliz cumpleaños, maestro)

Los sueños de Ariosto son los que hoy nadie sueña… esto llegó a escribir en una ocasión el ultracitado Borges, quien no debía de tener noticia de los libros de un autor de literatura fantástica llamado Michael Moorcock.
El escritor británico (nacido el 18 de Diciembre de 1939) cumple 70 años, dejando tras de sí una estela multicolor, psicodélica, y una obra multifacetada y de difícil definición.
Fue en los años 60 cuando Moorcock se abrió camino en el género de “fantasy” con sus personajes atormentados, habitantes de mundos aventureros y excesivos. Su originalidad estribaba, en gran medida, en el abandono de una inspiración basada en mitos ya establecidos culturalmente, fijados por la historia y que eran recurrentes del género, en especial los mitos nórdicos, confiándose Moorcock para ello a su propia inventiva, su capacidad para describir mundos, naciones, castillos, criaturas, tramas y seres fantásticos. De ahí también su vehemente aversión hacia el autor más prestigioso literariamente dentro de este género: J.R.R. Tolkien. Sin embargo, Robert E. Howard (que sí merece la aprobación de Moorcock aun considerándole superado) adolecía también de esa fijación por el nordicismo que Moorcock abandona. Y a pesar de ello, cierta influencia de las leyendas célticas irlandesas y galesas alcanzó a la segunda trilogía que dedicó al personaje de Corum.

En los inicios de su trayectoria, Michael Moorcock estaba situado en el centro de múltiples confluencias: el mundo más pop imaginable, las bandas de rock británicas de la época (con varias de las cuales colaboró), el Londres de los 60 (el de Blow Up, de Antonioni), los fanzines, la temporal adscripción al anrcosindicalismo, las tareas como editor y animador literario, y por tanto aglutinador de nuevos nombres y responsable de habilitar las posibilidades para su difusión… Fue Moorcock quien lanzó a la fama a su gran amigo el recientemente fallecido J.G. Ballard, siendo por entonces Moorcock redactor de la decisiva revista “New Worlds”, impulsora del movimiento New Wave británico. Esta publicación aspiraba a dignificar definitivamente el género de ciencia-ficción en inglés, incorporando a sus argumentos todos los nuevos recursos y caminos estilísticos de la literatura más moderna. Los tentáculos de Joyce o Beckett podían llegar al fin hasta lejanos planetas o mundos imaginarios.
La carrera literaria de Moorcock ha atravesado diversas fases y ha sido marcada por su carácter prolífico en exceso, el apresuramiento de una escritura espontánea y desbordada en su imaginación, por su éxito de ventas y por su facilidad para diseñar situaciones propias de fantasía oscura así como escenarios y tramas de aventura.
Su obra se articula en torno a ciclos diversos basados en otros tantos personjes que para el autor no son sino las respectivas encarnaciones de un mismo arquetipo: un único héroe, en realidad, llamado “el campeón eterno”, que atraviesa eras, mundos y planos de espacio, condenado a una lucha sin fin. Ni siquiera los bandos en liza quedan definidos. No existe la lucha entre el bien y el mal, sino un tira y afloja eterno entre los principios de la Ley y el Caos, equipados con sus respectivos campeones y cuya propia lucha engendra el mantenimiento del Equilibrio de todo lo existente. La misma victoria de la Ley, o bien del Caos, significaría la extinción de un mundo. Para complicar más las cosas, hay personajes que en ocasiones se ven obligados, aun siendo vasallos del Caos, a luchar contra él con las mismas armas del Caos. Esta es la situación en la que el destino sitúa a veces al personaje más famoso del autor: Elric de Melniboné. Elric, el emperador albino, monarca de una cruel y dominadora nación en decadencia, es un personaje físicamente enfermizo y débil, unido fatalmente en relación simbiótica a su espada vampírica Stormbringer (Tormentosa): un acero negro que se alimenta de las almas de quienes caen bajo su filo y que comunica a su portador la energía vital de las víctimas. En ocasiones, Elric es poseído por la sed de la espada, en especial en medio de la furia del combate, cuando le domina la rabia de los berserker y apenas puede distinguir entre amigos y enemigos.

(Continuará…)




(Edición original de Stormbringer, publicada en español como Portadora de tormentas)



(ilustración para Marinero de los mares del destino, un gran libro para los aficionados al fantasy)





domingo, 27 de septiembre de 2009

LA CIUDAD de Ernst Von Salomon (y la nuestra)

(Von Salomon a los doce años, en la escuela de cadetes)

Ernst Von Salomon publicó su novela DIE STADT (La Ciudad) en 1932. Un monumental retrato del Berlín de entreguerras, espejo gigante de una nación postrada, hundida en la crisis económica y moral.
En este grueso libro, una mirada serena y severa reúne todos los fenómenos y personajes de aquellos años, el inmenso escenario y las figuritas que sufriendo y sucumbiendo lo pueblan: la revuelta de los campesinos nacionalistas de la región de Schleswig-Holstein, las depredaciones del tratado de Versalles, la miseria acumulándose sobre los hombros del pueblo, los intelectuales judíos liberales, las incursiones de las SA, las manifestaciones y algaradas comunistas, las calles en llamas, las celdas, los cabarets, los círculos de artistas bohemios, las buhardillas de los pintores, las modelos de los pintores, las almas perdidas en busca de respuestas siempre aplazadas… y sobre unos y otros, marcándolos a todos con el sello de las víctimas, una asfixiante techumbre de amargura.
Lamentablemente, esta gran novela de ideas no ha sido nunca publicada en castellano.
Traduzco según la edición francesa de la editorial Gallimard, (Collection L’Imaginaire), de 1986, pp.94-95:


“Ive no había temido jamás la soledad, pero en ninguna parte, ni siquiera en el frente durante la Gran Guerra, ni siquiera en su celda, había tenido ésta un carácter tan brutal, tan descorazonador como en la ciudad. Allí la soledad reinaba con exclusividad, era omnipresente. (…)

A menudo, en el curso de sus paseos nocturnos, se detenía ante los edificios de su barrio leyendo las innumerables placas que indicaban los nombres y la ocupación diaria de los inquilinos. Y descubrió que apenas existía un estado en la vida en el que aún no hubiera nada que perder: resultaba necesario que la pobreza pudiera siempre esconderse detrás de un oficio, pues de otra manera ¿cómo podrían si no todas las fortalezas de la miseria estar repletas hasta el techo de hombres que vivían en la loca ficción de una profesión, que vivían, que trabajaban, comían y engendraban?... ¿que vivían de un azar que habían encontrado en el camino y al cual se aferraban, sabiendo que era lo único que les permitía guardar las apariencias burguesas? Astrólogos y cazadores de ratas, agentes de todo y de nada, mercaderes de cabelleras y peluqueros de perros, cantantes ambulantes y buhoneros, hombres honestos sin esperanzas de éxito, que no tenían nada que perder y que a causa de esto no podían arriesgar nada excepto la conmovedora consciencia de ser muy útiles y la certeza de haber sido creados para algo completamente diferente.
Le sucedió también a Ive el ser arrebatado por ese sueño de las pequeñas gentes que se preguntaban qué harían si se hicieran ricas de repente; realizó su examen de conciencia y encontró que ese estado le resultaría en verdad agradable, pero que sustancialmente su forma de vivir no resultaría diferente. En todo caso, Ive se resistía a considerar la pobreza como un factor determinante, su fuerza era siempre más sentimental que heroica.
No eran los más pobres campesinos quienes se habían rebelado los primeros, sino los más ricos, y era sencillamente falso creer que el espíritu revolucionario de la clase obrera se reforzaría a medida que su situación económica empeorara: al contrario, el incremento de la miseria frenaba su radicalización. En ninguna parte de la Ciudad pudo observar Ive cuanto había esperado ver, es decir, un agravamiento estimulante de las contradicciones; por el contrario, la miseria creciente parecía favorecer la tendencia general, ya fuera tendente a descender o ya lo fuera a elevarse hacia una bella y apática mediocridad: los periódicos exaltaban este fenómeno relamiéndose, y lo denominaban una conquista de la democracia. (…)
La Ciudad, inmenso fenómeno, obligaba también a reconocer la inmensidad de su mentira; sus cines, sus diversiones, su publicidad y sus transportes públicos, todo lo que tenía de sensacional, todo simbolizaba la perseverancia laboriosa en el trabajo, síntoma de un proceso inexorable que lo arrastraba todo en su torbellino.”
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ESPAÑA, HOY: 18 % de paro.
Doblando la media de la “zona euro”.

En Aragón, las cifras se agravan. La juventud duplica el nivel nacional de la tasa de parados, como consecuencia (entre otras cosas) de la bajísima natalidad entre los españoles oriundos. La destrucción de empleo se cifra en un ritmo medio de 1250 puestos de trabajo al mes.





martes, 22 de septiembre de 2009

Forega dixit


Manuel Forega ha tenido la amabilidad de reunir los dos textos que escribió sobre mis libros en su blog http://forega.wordpress.com/. Aquí agrupa artículos de opinión y ensayos breves acerca de diversos autores. Yo destacaría, por ejemplo, los posts en los que se ocupa de Dolan Mor, Luis Alberto de Cuenca y Mariano Esquillor.

De los análisis que me dedica citaré aquí algunos pasajes, y reiteraré mi agradecimiento. El estudio sobre ROMA, Poema en prosa sirvió de texto para la presentación del libro, es minucioso y aclara muchas referencias presentes en la obra. Ambos escritos circulaban ya por internet desde hace tiempo, así por ejemplo en el blog de la Asociación Aragonesa de Escritores.




" (...) Insistiré: épica que se narra en un plural mayestático y en una primera persona heroica, nada de concesiones al él. Sobreviela asume el riesgo de autoafirmarse poéticamente, de ser y de existir en un paisaje con torres (¡cuánto habrían dicho Nerval y Nietzsche sobre esta torre imaginada!) como ergástulo de una vitalidad irreductible; un paisaje cercano, doméstico, con muebles y objetos sutilmente dispuestos como en una novela realista, o un paisaje donde arder los prados (es ésta metáfora inconclusa) a base de incendios corazonadores en los que la imagen cobra vida para ser interpretada; y con castillos sobre los que Mandiargues habría echado sus redes exegéticas. Es verdad que Sobreviela toma una distancia cultista, pero es éste un rasgo consciente que le otorga personalidad estilística y es, pese al esfuerzo que exige su lectura (compensado siempre que el lector se acerque a sus páginas con el mismo atrevimiento que el autor), la fuerza nuclear del texto. Una fuerza centrífuga, pues, desde ese yo incuestionablemente lírico, inunda de referencias, de símbolos riquísimos, de alegorías concertantes, un ámbito habitable que los impulsos de aquel corazón en apariencia distante, mueve fundado en su mejor imagen: el pedernal que apenas golpeado transmútase en fuego y, de fuego, en luz. (...)"


Leer más:

Ya había aparecido el año pasado en el mismo blog (http://forega.wordpress.com/2008/10/25/angel-sobreviela-epistola-desde-cimeria/). Pero queda muy bien junto al otro ensayo, diantre.




" (...) Dentro de este mundo referencial, Roma es naturalmente la protagonista, aunque se me antoja una ciudad cuyo visitante es hipotético; quiero decir que el poeta ha estado allí, hasta afirma con convicción que "La vida comienza hoy y en Roma", pero "tu dolor comienza hoy y en Roma". Dos afirmaciones muy significativas dentro del cuerpo textual por cuanto determinan la tarea del poeta, su trabajo hercúleo cifrado en poema, en un carmen que encarga a su alter ego: "Voy en tu busca, mi Eurídice" es una proposición con elipsis en la que el término elidido es naturalmente Orfeo. Pero el hombre que le antecede es y está de y en Cesaraugusta: Ángel Sobreviela no parece haber pisado esa Roma republicana y augustea en la que -nos dice el poeta- "Todavía hay belleza, pero ni un latido". Esa Roma de la piazza del Popolo, antigua Via Flaminia, y del Capitolio, colina rodeada por otra piazza diseñada por Miguel Ángel, revelaciones todas que entroncan con una disposición artística envuelta en la conciencia estética del hombre y de la que se sirve el poeta con la cita profusa de paisajes pictóricos, bóvedas, capiteles, arcos y columnas, manchas de color, brochazos negros, puntos de luz sobre gruesos empastes, pinceladas verticales, paredes barrocas…

Sin embargo, es Medusa la que marca el ritmo, Medusa la que de, cuando en vez, aparece con su mirada petrificadora. (...) Y termino: si la Roma de Sobreviela es una refundación desde la conciencia artística, una reconstrucción estética de la ruina, podemos preguntarnos: ¿es posible, realmente, una refundación? Desde la poesía, sí. Sólo la poesía es capaz de fundar a partir de la ruina, y esta Roma es la prueba."

(...)"

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lunes, 31 de agosto de 2009

El doble



Se está llevando a cabo un envenenamiento generalizado. No sé cómo se distribuye la toxina ni de qué modo nos la están inoculando, y sólo conjeturas puedo aventurar al respecto. En un principio pensé que lo que se tramaba estaría afectando únicamente a nuestros pensamientos, pero estoy comprobando con angustia hasta qué punto el veneno se encuentra en proceso de actuar sobre todas las vertientes de la realidad. Está corroyendo la misma materia.

            Durante los primeros días en los que comencé a tomar conciencia de todo esto me sorprendió, al principio, que en noticiarios televisivos o en documentales se hablara acerca de hechos del pasado en los que de repente habían desaparecido representativas figuras. No eran sólo personajes secundarios de los acontecimientos, sino a veces auténticos protagonistas y autores de los mismos los que dejaban de existir en la narración de los hechos, en los datos y en la cronología. Luego esto afectó no sólo a caracteres individuales sino a los acontecimientos enteros. No se mentía respecto a los sucesos del pasado ni se los tergiversaba: sencillamente desaparecían. Resultaba lógico, pues la supresión de figuras clave era como la retirada de una carta de la baraja en un castillo de naipes: la construcción depende de todos y cada uno de sus elementos, y arrebatado uno, todo se desmorona.

            Aquella guerra o ésta otra más reciente… ese conflicto en esa parte del mundo… ¿habían existido alguna vez? Luego mi memoria comenzó a fallar. Creía recordar perfectamente aquellos nombres, todos esos episodios que eran pasados por alto, pero al poco tiempo, quizás al día siguiente, ya no los recordaba con claridad.

            Hace unas semanas ha empezado lo peor de todo: libros enteros desaparecen de mi biblioteca. Entro a buscar un volumen y compruebo con un desagradable escalofrío que el ejemplar ya no está en su lugar. Pero realmente ¿yo tenía algún libro de aquel escritor italiano? ¿O no llegué a encargarlo nunca, a través de internet, a aquella librería anticuaria? ¿Y cómo se llamaba ese fulano? Guido de… ¿Pero llegó a escribir y a publicar algo aquel hombre peculiar? ¿No se trataba a fin de cuentas de un ermitaño aislado entre los montes, un erudito en estado salvaje que recibía a pedradas a los que intentaban acercarse para recabar de él alguna enseñanza? Sí, efectivamente creo recordar que así era… Sigamos pues adelante a por otras cosas… Sin embargo tanta duda ya me resulta alarmante, y no comprendo cómo puedo llegar a sentirme tan dubitativo ante la posible irrealidad de datos tan pormenorizados que, por ello mismo, no parecieran ser productos de mi imaginación, sino corresponder a complejas realidades. Y al buscar otros libros por mi casa me voy tropezando una y otra vez con ausencias y misteriosos huecos. Y siempre, seguidamente, de forma infalible, vengo a encontrarme después con un vacío en mi mente que nunca me responde cuando lo interrogo. Sin embargo, pese a algunos significativos y llamativos huecos, mi biblioteca sigue sin vaciarse del todo. Es como si algunos libros fueran sustituidos por otros, si bien no reconozco volúmenes nuevos en mis estanterías. Por lo visto nadie se está colando en mi domicilio de noche, a fin de cuentas, ni me está sustrayendo los libros. Sigo viendo abundantes lomos cubriendo los anaqueles, pero, con invariable precisión, es siempre aquello que en un momento dado estoy buscando con más interés lo que justamente no encuentro.

            Sospechando que todo esto tiene que ver con la desaparición de información y de datos en los medios de comunicación, recurro a los imponentes volúmenes de mi fiel enciclopedia. Compruebo que hay escritores que ya no figuran. Y nadie ha tachado sus nombres, ni arrancado páginas, ni emborronado con “típex” entradas del texto o columnas enteras de letra impresa. Sencillamente, la ordenación salta de un término a otro sin dejar un sitio a aquel apellido que debiera encontrarse ahí registrado y que yo recuerdo a la perfección haber visto, en una entrada consultada por mí en más de una ocasión.

            Lo que más me ha asustado en estos últimos días son las alteraciones del globo terráqueo. Me acerqué a la esfera terrestre que tengo en mi dormitorio, lustrosa como una gran fruta azulada, moteada con sus naciones multicolores, y confirmé que países enteros habían sido borrados por una mano desconocida. Sus irregulares superficies no estaban agresivamente raspadas ni emborronadas con pintura, pero sí que aparecían difuminadas manchas blancas en el lugar que ocuparían esas tierras, como si tales máculas hubieran surgido del propio objeto, segregadas desde el interior de la esfera. Naciones enteras de todos los continentes estaban desvaneciéndose en la nada. La terra incognita volvía al mapa mundi, como recorriendo el camino inverso que los descubrimientos geográficos le habían obligado a emprender en el siglo XIX. Acontecimientos históricos, nombres de personajes políticos, de escritores y de territorios: todo estaba esfumándose no sólo de los soportes materiales donde debieran hallarse registrados, sino que también estaban siendo borrados de las mentes. Yo mismo ya no conseguía recordar qué país asiático, africano o americano se extendía en el mismo lugar ocupado por esas manchas blancas que se multiplicaban en una metástasis del olvido, en la fase terminal de la más mortífera enfermedad del conocimiento.

            El mal se extiende como una lepra. Llegué a salir a la calle, desconfiando de mi propia cordura, y me subí a un autobús para ir al encuentro de unos conocidos que podrían sacarme de dudas. Los cristales del vehículo se hallaban marrones y casi opacos de suciedad. La mugre de la urbe entera va creciendo estos días, como si sobre toda la ciudad estuviera abatiéndose una constante lluvia de ceniza. Mi escapada tuvo un desasosegante fin, y mi turbación sólo pudo ir en aumento al comunicar mis inquietudes a otros: “¿La guerra de…?” eso nunca había tenido lugar, me decían… Tal o cual personaje les eran desconocidos. Novelas famosas hasta ayer mismo y obras poéticas de renombre habían desparecido del recuerdo de la gente: ni sus títulos pervivían en las memorias. Sí… quizás mis amistades tenían razón: tal vez yo había soñado con el título de ese libro de poesía, inexistente en realidad, que yo les mencionaba. Volví a mi casa, y llegué con mucha rapidez, porque o bien el autobús había variado su itinerario o bien muchas calles que creía recordar ya no existían. En cualquier caso, resultaba difícil hacerse idea del camino tomado por el vehículo visto el estado de opacidad en que se encontraban las sucias ventanas.



            Estoy cada vez más convencido de que todo esto tiene su origen en los televisores. Estas malignas cajas emisoras de radiaciones deben de estar bombeando frecuencias inauditas de ondas que invaden el cerebro, atacando sus funciones y sus reservas de recuerdos. Sospecho que la acción de este veneno puede estar apoyada por la de otros tóxicos cuyas dosis son suministradas a intervalos regulares por medio de la alimentación y el agua corriente. Es posible también que los envenenadores hayan encontrado el medio de propagar su infección por medios fotolumínicos a través de la red eléctrica de todos nuestros hogares. Aunque, como es obvio, todo esto no explicaría las desapariciones físicas (por el momento).

            Quizás lo más recomendable sea asistir a todos estos fenómenos con resignación, como ante el desmantelamiento de un tinglado que ya no tiene más utilidad una vez concluida la farsa que mal o bien se escenificó sobre sus tablas, desde siempre crujientes y mal claveteadas.

            En busca de las respuestas que de nadie obtenía hasta el momento, me he dirigido a última hora de esta misma tarde a internet. Me he sentado ante mi ordenador para encontrar ahí alguna explicación o contactar con alguien que presintiera algo o aventurara sospechas semejantes a las mías. Lo primero que me he encontrado en uno de los portales de información ha sido con una noticia local en la que figuraba mi nombre. Ahí en esa esquina, esas combinadas letras, tan familiares, que reunidas designan mi identidad, me han atraído con la fuerza de un imán haciéndome olvidar todo lo demás. Como en un titular de segundo orden de la página de un diario, se veía una pequeña foto, ampliable con un click al igual que la noticia. Sin pensármelo mucho he situado la flechita del cursor sobre el titular y he presionado el pulsador del ratón. ¿Cómo imaginar que ese simple gesto, esa pulsación tan suave de la yema de un dedo, liviana casi como una caricia, podría desencadenar en mí una desesperación que casi me haría llorar?

            Me habían hecho una entrevista, así se anunciaba en ese link. Pero nadie me había entrevistado jamás. Y sin embargo no había duda: la crónica daba noticia de mi nombre completo, mi fecha de nacimiento, mi ciudad, y citaba los títulos de mis libros publicados. Junto al artículo se desplegaban ante mí dos fotografías de buen tamaño en las que podía verse una figura que supuestamente era la mía: un hombre joven en apariencia, vestido con una americana de un color naranja pálido que yo no tengo en mi armario y que jamás he vestido. El semblante de este personaje (yo mismo, si creemos lo que aparece escrito) se veía pixelado y resultaba irreconocible. Me he acercado al monitor para escrutar algo a través de esos cuadrados de color carne que distorsionan mi imagen, pero nada he podido distinguir ni sacar en claro; ni siquiera adivinar cómo es esa cara.

            Me he enfurecido al comprobar que el entrevistado que parece usurpar mi personalidad expresa opiniones estéticas y literarias que no tienen nada que ver con las mías. Muestra admiración por escritores que desconozco por completo o que me disgustan desde siempre; y, en general, dice en esa entrevista una abigarrada multitud de disparates que no tienen nada que ver conmigo y que yo nunca diría.

            El extraño personaje aparece también en medio de un paisaje desconocido por completo para mí. Un inmenso cielo azul se extendía detrás de esta figura con mi nombre. En la primera foto se le veía en pie, y en la siguiente aparecía sentado sobre unas rocas, con un codo apoyado en la rodilla y las manos unidas, con los dedos ligeramente entrelazados. El difuminado rostro, emborronado informáticamente, parecía mirar a lo lejos. Detrás de él, en ambas fotos, se elevaban unas ruinas de piedra de una tonalidad blanquísima que resaltaba contra el azul profundo del cielo.

martes, 25 de agosto de 2009

Poesía y prosa de Gabriele D'Annunzio


(D'Annunzio durante la ocupación de Fiume en 1919, hace justamente 90 años)

Incluyo aquí esta intervención mía acerca de la poesía y prosa de D'Annunzio. Ofrecí esta breve charla el 23 de Enero de este año en uno de los actos del "Colectivo Espoleta", el cual plantea un formato de encuentro literario sumamente variado, donde siempre puede hallarse algo de interés cuando no iluminadoras sorpresas. El texto que recojo aquí, en mi blog personal, ya se había publicado en el blog del "Colectivo Espoleta" cuyo enlace puede verse en la columna de la derecha. Confío en que las dificultades no les desanimen, y en que los creadores de esta idea vuelvan a preparar nuevos encuentros.
Una de las secciones fijas de los mismos era "Inéditos e inauditos", donde un poeta de Caesaraugusta era invitado para hablar acerca de un poeta de su elección que tuviera como característica el ser inédito en España, en todo o en parte de su obra, o bien encontrarse en estado "inaudito" como víctima de un prolongado olvido.
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INÉDITOS E INAUDITOS:
GABRIELE D’ANNUNZIO (1863-1938)


(…)

¿Quién es este poeta, este Gabriele D’Annunzio, figura central en la historia de la literatura italiana, cuyo nombre llevan colegios o aeropuertos italianos y que apenas es conocido hoy entre nosotros? A comienzos del siglo XX sí que fue muy leído en España, especialmente sus novelas, las cuales aún pueden hallarse a través de internet en viejas ediciones. Y recientemente, se ha reeditado una exitosa novela de la escritora mejicana Bertita Harding narrando la historia de amor de D’Annunzio con la famosa actriz Eleonora Duse, la rival de Sarah Bernhardt. (Vida de la Duse y D'Annunzio, ed. Nortesur, 2008)
Se podría hablar por tanto de su intensísima vida erótica y de su enorme lista de amantes. Pero también se le podría presentar aludiendo a cualquier faceta de su apasionante biografía, por ejemplo como aviador, o como combatiente voluntario en la Primera Guerra Mundial. Tras la contienda, él y sus excombatientes prosiguieron una lucha política de reivindicación nacionalista y revolucionaria. Se tenía la convicción de que los aliados, y en especial el Imperio Británico, le habían birlado a Italia los frutos de la victoria, tratándola como a una nación de ínfima categoría. Se podría hablar de sus difíciles relaciones con el fascismo, del que se le ha considerado inspirador, aliado, pero también severo crítico interno, conciencia disconforme del régimen de Mussolini. Nunca perteneció al partido fascista, siendo tal vez el único hombre a quien Mussolini llegó a temer, debido a su influencia en la opinión pública. Se dice que cuando el poeta murió cargado de años, y justo un año antes de la Segunda Guerra Mundial, el Duce exclamó: “¡Por fin!”.

Pero quiero hablar de la escasa distinción que hay en este autor entre su poesía y su prosa, echando un rápido vistazo al modo en que confluyen estas dos vertientes. Me centraré por tanto en la fuerza del estilo, porque más allá de las simpatías o antipatías biográficas que un poeta pueda inspirar, es la cualidad de su estilo aquello que le otorga un puesto en la historia literaria.

D’Annunzio es un puente tendido entre dos épocas, el final del siglo XIX y un comienzo del siglo XX que es acompañado del estallido de la modernidad. Su formación fue la de un hombre del XIX. Como artista, proviene de los últimos ecos del Romanticismo, del lenguaje directamente heredado de los simbolistas, y de los venenos refinados y sensuales del Decadentismo. Pero su aprendizaje de madurez, sus vivencias intelectuales y la relación que estableció entre su literatura y su época pertenecen ya plenamente al siglo XX. D’Annunzio fue fiel a cada metamorfosis del espíritu del tiempo, y su obra se transforma progresivamente y va asimilando las nuevas necesidades expresivas: pero esto no como una influencia recibida por las generaciones más jóvenes, sino por una necesidad interior concordante con las experiencias de su época convulsa y con el despliegue literario de nuevos lenguajes para un tiempo nuevo. Asimila nuevas formas a la vez que agota las antiguas por propia exhaustividad en su cultivo. Es por tanto, junto a Joyce y Proust, un escritor que revienta la escritura decimonónica desde dentro, sin llegar a pertenecer a las vanguardias históricas aunque dejando en ellas su impronta. El lenguaje dannunziano, a partir de la segunda década del siglo XX, influye de modo inesquivable en la primera y más pura vanguardia, la de Marinetti y el futurismo, y también en otro poeta poco conocido, Dino Campana. No es casual que James Joyce quisiera aprender italiano para leer a D’Annunzio en versión original, ni que los ecos del lenguaje dannunziano se hagan notar en El retrato del artista adolescente. Dublineses es un libro que tiene mucho en común con Los cuentos del río Pescara, y no es, por cierto, superior a ellos. Estos relatos de Gabriele fueron traducidos por Ángel Sánchez Gijón, recientemente fallecido (el padre de la actriz, Aitana Sánchez Gijón), y no deja de sorprender gratamente ver a un comunista traduciendo a D’Annunzio.
Cultivó todos los géneros. Poesía, novela, teatro, memorias, artículos, ensayo político, la llamada “prosa d’arte”…. Pero siempre fue poeta por encima de todo. Las virtualidades de la poesía le acompañaban incluso al escribir novela. Una vez demostrada en la juventud su pericia como narrador por medio de sus relatos y de su primera novela Il Piacere (El placer, 1889), fue avanzando hacia el romanzo-poema (novela-poema), donde la acción va reduciéndose en importancia a cambio de la exposición de un complejo entramado de sensaciones e ideas que van desarrollándose a través de un discurso lírico, donde sólo los diferentes personajes, su diverso sentir (que aporta una pluralidad de puntos de vista) y su deambular por ámbitos cargados de significados metafóricos nos recuerdan que estamos en una novela.
Pere Gimferrer ha llamado a D’Annunzio, con razón, “obseso de la palabra”. Y este obseso, poéticamente, practicó todas las formas y géneros: así los sonetos clásicos y perfectos de su serie “Las ciudades del silencio”, donde las ciudades históricas de la Toscana aparecen como en los cuadros metafísicos de Giorgio de Chirico, desprovistas de figuras, como si las propias ciudades fueran un personaje en sí mismas. También trabajó el drama en verso, como en El martirio de San Sebastián, al que puso música su amigo Claude Debussy. Llegó hasta la utilización ya moderna del verso libre, la diversidad métrica y los polirritmos en Los Laudes de la tierra, del mar, del cielo y de los héroes. Su narrativa lírica y su lenguaje poético confluyen a partir de la segunda década del siglo XX ya mencionada, en sus escritos más importantes: sus libros de memorias. En ellos alcanza en mi opinión su cumbre expresiva, y son sus creaciones más personales y fecundas. Son justamente estos libros los que no han sido publicados nunca en España y es por eso por lo que hay un D’Annunzio que está aquí hoy entre vosotros, y que se presenta en estas líneas, prácticamente inédito e inaudito.
A lo largo del siglo XX, la crítica ha constatado reiteradamente la artificial distinción que puede llegar a haber entre poesía y prosa. En un tiempo donde la lectura solitaria y en silencio de la poesía sustituye a la oralidad, la poesía conoce un nuevo ritmo y discurrir, y puede perfectamente sobrevivir en un lenguaje de prosa aparente. La poesía se despoja de todos los atavíos clásicos en una metamorfosis constante. Así, una de las obras maestras de D’Annunzio, un libro de memorias y a la vez diario de guerra titulado Nocturno, de 1921, es incluido en ocasiones dentro de sus libros de poesía. Es un libro único escrito en condiciones extraordinarias, con el autor gravemente herido en acción aérea de combate y casi ciego. Llegamos a la condensación expresiva y al vuelo de la imaginación y la analogía. Su estilo abandona el barroquismo decadentista, la profusión de subordinadas al estilo de Proust, y se torna sobrio, o como ha dicho un historiador de las letras: “enjuto y nervioso”.
A partir de 1912 comienzan a aparecer por entregas en el “Corriere della Sera” sus Faville del maglio, (Chispas del martillo), prosas de divagación y recuerdo, luego reunidas en tres tomos. En estas obras es tan poeta como en sus libros de versos.

He traducido un pasaje del primero de ellos, Il venturiero senza ventura (El aventurero sin ventura), donde hay una evocación de Miguel Ángel, de su alegoría de la Noche en las tumbas mediceas, y de la lucha de Jacob con el ángel del Señor, según el Génesis:

(De IL VENTURIERO SENZA VENTURA. Traduzco de la edición italiana de Mondadori, PROSE DI RICERCA, pags. 1132-1133 ):

“ Camino a la ventura. El olivar es para mí como un pueblo afligido y convulso. (…) Anochece. Alguien comienza de nuevo a luchar con el ángel. No Jacob sino, aquí en la proximidad de las canteras, junto a un grupo de picapedreros, quien talló el Crepúsculo, el cincelador de la Noche. Breve tiempo luchó Jacob con aquel ángel nocturno, el cual por no poder vencerlo le dislocó el hueso del muslo. Pero el Buonarroti combatió contra su ángel toda su vida, desde cada ocaso a cada amanecida. Y cada vez también a él su ángel le decía: “Déjame marchar, porque ya despunta el alba”. Y cada vez él respondía: “No te dejaré marchar, hasta que no te haya esculpido, yo a ti, tú a mí.”
Y lucha todavía. Por estos montes, por estos bosques, por estos pedregales lucha todavía. Le he visto, le veo plantando en tierra aquellos pies suyos que con las uñas salvajes agujerean la suela; y a cada sacudida le vuelan plumas celestes en torno a la frente contraída.
Si la lucha es arte, el arte es lucha. Lo sé. Me complace sufrir tanto. Y si él me viese me amaría. Lo veo. Cierro aún los ojos. Me detengo todavía. Me aprieto contra un olivo descarnado y nervudo como el luchador. Jadeo y sufro como él. “¿Cuál es tu nombre? Declárame tu nombre”. Oír más allá, ver más allá, son los indicios de mi enfermedad inmortal.
“En tu pecho secreto acoge almas reencendidas por el ardor de la vida”.”

(La Noche, de Miguel Ángel)
En su vejez, D’Annunzio aspira ya a la escritura total, más allá de los géneros. Un ejemplo de ello es su último libro, Las 100 y 100 y 100 y 100 páginas del libro secreto de Gabriele D’Annunzio tentado de morir (1935), más conocido simplemente como El libro secreto. Un libro que lo mismo podía tener 400 páginas que mil. Un estilo que no se configura en torno a un plan, una voz que comienza a cantar y no se detiene, extendiendo variaciones amplias y arabescos insólitos. Un estilo, por tanto, que evoca lo infinito y parece compartir algo de él. Por ello no es de extrañar que su discurso divagante y sin límites, multiforme, cristalice en ocasiones en verso clásico de forma natural, y que aparezcan incrustados poemas oscuros y sibilinos que recuerdan a los poemas de la última etapa de Hölderlin, en sus años de locura. La prosa puede pasar al verso, en hexámetros medidos clásicamente, con total fluidez, como prolongación lógica… y con la misma naturalidad vuelve luego a entonar su ritmo irregular y fluctuante. En El libro secreto hay varios de estos poemas, todos con el mismo título de NOCTIVAGUM MELOS, esto es, melodía “noctívaga” o sonámbula…


NOCTIVAGVM MELOS.

Non so. non chiedo. non indago l'ombra.
Nulla è di qua, nulla è di là dal velo.
La menzogna è la druda dell'oblio.
Nell 'antitempio è il traffico del dio.
Ogni prece è un mezz'òbolo di cielo.
Supino sul mio letto vilipeso,
figura di bassissimo rilievo,
occupo l'arca che non ha coperchio.
Nessun asceta infondo al suo deserto
seppe scarnirsi mai come scarnire
io mi seppi. non ho nulla soverchio:
non la cera pe' moccoli. non peso
nelle braccia di quelli che, se degni
di me, non piangeranno. eccomi illeso
tra l'alba prima e la non prima morte.
Come ho l'odio e l'amore della sorte
ho in dispregio il passato e I 'avvenire.

Se tra l'odio e l'amore della sorte
io senza fede vivo e senza tema,
'pulvis et umbra', polvere non ombra,
aridità che dona e non iscema,
perché m'è l'alba imagine di morte?
L'una e l'altra mi sono arte del cielo?
È di entrambe misura la mia fronte?
L'estremo sonno mi consacra a Delo:
della mia compiutezza è statuario.
Non vena di carrara, non di pario
non alabastro, non cristal di monte:
una sostanza di vivente gelo.
L'alba fuga il mio mito antelucano.
Pur mi sovviene di quell'istmo arcano,
senza pentathlo, senza aganoteti,
senza la numerosa ode e l'uliva
umiliate al giocator di pugna,
dov'io solo cantai me stesso invitto.


Se incluye aquí una evocación de los juegos olímpicos y píticos de la Antigüedad, con el recuerdo de la figura del agonotetis (árbitro sacral de los juegos), de las odas de Píndaro y de las coronas de olivo silvestre concedidas a los atletas vencedores.
(Traducción de Julio Gómez de la Serna, el hermano de Ramón, aparecida en México, con algunas correcciones y retoques míos):

NOCTIVAGVM MELOS.

No sé. No pregunto. No indago la sombra.
Nada hacia acá, nada hacia allá del velo.
La mentira es la concubina del olvido.
En el atrio del templo está el comercio del dios.
Toda plegaria es medio óbolo de cielo.
Tumbado sobre mi lecho vilipendiado,
figura de bajísimo relieve,
ocupo la tumba sin tapa.
Ningún asceta en el fondo de su desierto
supo enflaquecer nunca como yo
supe enflaquecer. No tengo tapa alguna:
ni la cera para los cabos. No peso
en los brazos de los que, aunque dignos
de mí, no llorarán. Heme aquí ileso
entre el alba primera y la no primera muerte.
Así como el odio y el amor del destino,
siento desprecio por el pasado y el porvenir.

Si entre el odio y el amor del destino,
yo sin fe vivo y sin temor,
“pulvis et umbra”, polvo, no sombra,
sequedad que da y que no mengua,
¿por qué es para mí el alba imagen de muerte?
¿la una y la otra son para mí arte del cielo?
¿Y es medida por ambas mi frente?
El sueño extremo me consagra a Delos;
es el estatuario de mi perfección.
Ni vena de Carrara, ni de Paros;
ni alabastro ni cristal de roca:
una substancia de viviente hielo.
El alba huye de mi mito antelucano.
Aunque recuerdo aquel istmo arcano,
sin pentathlon y sin agonotetis,
sin la numerosa oda y la oliva
humilladas al jugador de lucha,
donde yo sólo me cantaré a mí mismo, invicto.



miércoles, 19 de agosto de 2009

La tortuga



Me encontraba sentado ante una mesa en medio de una sala, iluminada con fuerza por tubos fluorescentes, y cuyo suelo y paredes se hallaban cubiertos con baldosas blancas. Manos extrañas me iban pasando ante la vista diferentes platos de comida que yo rechazaba uno tras otro. Intentaba ver el rostro de aquél o aquéllos que se me acercaban, pero nunca lo conseguía. Creo recordar que una pereza invencible me poseía como encadenándome a la inercia, impidiéndome incluso levantar la vista de la mesa. Finalmente, un aroma a empanada logró vencerme. Comí entonces ese algo envuelto y rebozado, que me resultó muy sabroso.

            A partir de ese momento lo que comenzaron a entregarme, con pausada cadencia, fueron dibujos extraños. Una gran cantidad de láminas iba pasando por mis manos: yo contemplaba una ilustración hasta que otra me era entregada, y conforme las recibía y estudiaba, las iba apilando con orden sobre la mesa. Algunos de estos dibujos formaban series que ilustraban raras formas de objetos desconocidos para mí, de función y utilidad incomprensibles, los cuales eran representados desde diferentes puntos de vista. Y esto me alarmó, porque esa pluralidad de perspectivas para un mismo modelo, por muy desconocido que éste me pareciera, demostraba una familiaridad y un realismo que contrastaban con la deformidad de los objetos y figuras que ahí se plasmaban. Aunque la mayoría de las veces las láminas representaban simples artefactos aparentemente inanimados, en ocasiones se llegaban a identificar seres vivos, pero siempre de especies inverosímiles e irreconocibles. Esa intención de reflejar de manera exhaustiva, desde todos los ángulos posibles, las diversas facetas visuales de objetos y seres parecía delatar un deseo de adueñarse de los mismos, de aprehender la totalidad de su naturaleza, por lo que se reforzaba la sensación de que aquellas cosas eran reales.

Me decía a mí mismo: “si alguien, dibujando, se ha tomado la molestia de retratar con tamaña minuciosidad todas estas cosas, es que tales cosas existen”. Esto me causaba un susto inicial que dio paso a un peculiar enfurecimiento ante la sospecha, precisamente, de que semejantes rarezas y extravagancias no fueran creaciones de la imaginación. Más en concreto, me producía una misteriosa rabia la evidencia de que nunca, en los años de mi vida, se me hubiera informado de la existencia de aquellas cosas: ni en la escuela, ni en el cine, televisión, libros, conversaciones, en la vida cotidiana…

            Por último, ponían en mis manos una cartulina que me sobresaltaba, despertando en mí un desasosiego de naturaleza impenetrable: consistía en la imagen de una gran tortuga con un inmenso caparazón. Cada gruesa placa de ese caparazón lucía manchas negras que resaltaban sobre un fondo blanco mezclado con reflejos caprichosos de luz, reproducidos con habilidad por el artista. Era una lámina de gran formato y presentaba un dibujo meticuloso en su detallismo, donde cada particularidad de aquel ser quedaba registrada con extrema fidelidad. De toda la extensión de aquella cobertura córnea del animal destacaba, en el centro, una placa amplia en cuya mancha negra podía identificarse, perfilado con nitidez, el mapa de Europa. En la siguiente cartulina que era colocada ante mis ojos se veía al animal de frente. Pude observar así con detalle su cara, en nada semejante a lo que yo podía haber conocido en otros ejemplares y especies de tortugas. Pues en esos rasgos de reptil se adivinaba que podrían llegar a reflejarse pensamientos y a expresarse emociones, como en los rasgos faciales de un ser humano. Puedo decir que aquél era en verdad un rostro, el de un ser dotado de conciencia: un semblante con expresión torva, claramente humana, donde destacaban unos insolentes ojos rojizos de una malignidad amenazante.