viernes, 17 de julio de 2009

Ernst Jünger y el emboscado real ( IV )

(La edición española de EUMESWIL, en la editorial Seix Barral)
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El escritor nos recuerda en los momentos oportunos, cuando su línea argumental podría perderse en las ilusiones sentimentales e interiores (únicamente centradas en las interpretaciones éticas de los fenómenos históricos), que la libertad del emboscado no se “limita simplemente a protestar o a emigrar; es una libertad que está dispuesta a luchar” (cap.26, p.125); que tampoco se limita esta lucha a combatir sólo intelectualmente, desde la escritura de artículos o libelos, y que no se enfrenta al poder con “meros conceptos” (p.126), por lo que el emboscado establece así con su actuación una nueva medida de la legalidad en cuanto que crea una “libertad válida para una época venidera” (p.126). El emboscado está dispuesto no ya a ser censurado en sus escritos, por tanto, sino incluso a recibir la muerte: “También sabe el emboscado que, en lo que a él respecta, no está abolida la pena de muerte” (p.126), y por último es también consciente de enfrentarse a una soledad nueva y glacial, ligada a la era técnica, llena de ojos despiadados que observan con frialdad y sin clemencia.
La vinculación de todo este discurso con lo que nuestro mundo entiende por “lucha armada” es evidente en las páginas 140-141, donde se expone el método del combate de guerrillas. Nuestro tiempo ve con mucha simpatía al guerrillero cuando éste actúa en una selva boliviana, pero toda esa simpatía se le congela cuando vislumbra la posibilidad de que el guerrillero se cuele en una de sus grandes ciudades, en estas junglas de asfalto y cemento que nos rodean. Frente a este miedo, que para el escritor alemán formaría parte del miedo burgués a lo “elemental” (y que tan fríamente describió en El Trabajador, en Sobre el dolor y en sus escritos de los años 30), nos recuerda que el bosque donde acecha el emboscado está en todas partes: “Hay bosque en los despoblados y hay bosque en las ciudades; en éstas el emboscado vive escondido o lleva puesta la máscara de una profesión…” (cap.29, p.140). Jünger también alude al poder que pueblos pequeños o con fronteras débiles pueden obtener de una aplicación a gran escala del principio de la emboscadura, más aún si viene combinado con el de “la movilización total” (título de su ensayo breve de 1930 y un término popularizado posteriormente por Goebbels). Actualmente, el caso de Cuba sería un ejemplo de esto, si su propaganda no miente, con una población alertada ante la posibilidad y viabilidad de hacer de cada cubano un resistente desde presupuestos de guerrilla, con lo que se encontraría en una posición más hábil, y más astuta propagandísticamente, que la de su pariente Corea del Norte (con su pesada y onerosa apuesta de defensa militar) en su resistencia al imperialismo capitalista.

En los estudios sobre nuestro autor, al menos en los realizados en España, se observa una atención preferente hacia sus escritos filosóficos en detrimento de su literatura de creación. Esto es debido a que la atención sobre Jünger proviene de los círculos académicos de estudios filosóficos, mucho más que de los literarios. De este modo, y utilizando la terminología alemana, Jünger permanece considerado en nuestro suelo más como “Schriftsteller” (escritor, en su sentido más amplio) que como “Dichter” (término que no sólo quiere decir “poeta”, sino que alude al escritor imaginativo de creación en general, más allá de lo meramente especulativo o ensayístico). Es este un modo reductivo de acercamiento a su obra que debe ser superado, y debería llegar dicha superación del lado de poetas o novelistas. Que Luis Alberto de Cuenca firmara uno de los capítulos del volumen “Ernst Jünger y sus pronósticos del Tercer Milenio” tratando las cualidades poéticas del estilo de Jünger es un atisbo de este posible esclarecimiento. El Jünger novelista busca que las ideas y conceptos se materialicen en escenarios, personajes y tramas argumentales, deviniendo así imágenes y ejemplos vivos, haciendo al lector partícipe de ese “pensamiento en imágenes” que el escritor consideró necesario para nuestro tiempo.

Esta alusión a las novelas de Jünger nos sirve para introducir el tema de esa diferenciación definitiva que es necesario establecer entre las figuras del emboscado y del anarca, pues éste último es expuesto a través de una narración (“Eumeswil”, de 1977) y no un ensayo. Y es que para entender al anarca hay que comprender la naturaleza del mundo imaginario que para él concibió el autor y en el que el personaje se mueve (o en el que permanece inmóvil, según como se mire). Eumeswil es un mundo globalizado de “fellahs”, como diría Spengler: de masas desarraigadas que vegetan sin voluntad histórica ni identidad agrupadas en una postcultura, donde ya no quedan en pie valores a los que aferrarse. En tal situación, las masas sólo pueden ser gobernadas por la coacción desanimada y escéptica de un dictador sin entusiasmo sustancial: el Cóndor, cuyo nombre remite ya a una imitación de la heráldica que nada tiene que ver con el viejo blasón europeo y que ejemplifica el retroceso humano e histórico hacia el simple acontecer zoológico. Allí la personalidad sólo puede permanecer como presencia de un escéptico entre escépticos, observador que finge acomodarse en la estructura del poder (en lo que difiere del anarquista) sin adherirse a ella en su fuero interno. También se distingue del anarquista en que no confunde la autonomía ética con cualquier tipo de emancipación de las masas.
Algo que nunca he encontrado indicado es el hecho de que el anarca asoma por primera vez, dentro de la obra jüngueriana, en el desenlace de la novela “Abejas de cristal” , de 1957.
La distancia respecto al emboscado es evidente. El protagonista de “Eumeswil” vive en un mundo muy lejano en el tiempo, hacia el futuro, respecto al del comandante Lucius de Geer, protagonista de "Heliópolis” (1949), y en su arrasada época ya no hay encuadramientos defensores de valores y de un ideal de orden, ni posibilidad ideológica de reacción y resistencia. El emboscado, deseando luchar con los medios a su alcance, no puede aspirar a ser un anarca, aunque el anarca sí puede pasar a la emboscadura, como señala el hecho de que el protagonista de la novela, Martin Venator, trabaje en crearse un refugio en el bosque para afrontar la posibilidad de una situación extrema, causada por un riesgo personal ante persecución o colapso de su sociedad. Pero incluso esta imagen, analizada de cerca, veríamos que es sutil pero sustancialmente diversa a la actitud del emboscado de 1951.
El emboscado aspiraría a “vivir entre ruinas, pero no de la ruina” (según se precisa en el libro “Autor und Autorschaft”), mientras que el anarca, carente de otros medios, prefiere cabalgar a lomos del tigre furioso (como dice el proverbio oriental), montar sobre el espinazo de esa fiera destructiva que es el proceso histórico absorbente, al no poder enfrentarse a ella cara a cara, hasta lograr así que agote su potencial y entretanto mutar el veneno en antídoto.

(Continuará...)



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