viernes, 19 de febrero de 2010

Clark Ashton Smith, el brujo olvidado ( II )


(The Nameless Entity, por C.A.S.)

3. Estilo

Nada resulta tópico en los relatos de Smith. Nada veremos de cuanto imitadores y epígonos han convertido en lamentable lugar común repitiendo esquemas y explotando las visiones de un par o dos pares de maestros. Clark Ashton Smith no tuvo seguidores ni tampoco demasiados lectores. Es el más escalofriante de los callejones sin salida de la literatura fantástica junto al genial Alfred Kubin.
No es sólo un acierto de Lin Carter, el primer editor conjunto del ciclo de Zothique, sino una necesidad estética, el hecho de que la primera narración que invada la mente del lector nada más abrir el libro sea la titulada “Xeethra”. Este texto da el tono y sitúa nuestra imaginación en el punto donde se disipan todas las coordenadas. Asistimos en estas páginas iniciales a una fuga psicogénica donde la personalidad de dos personajes diferentes se superpone una a la otra alternativamente ¿A qué fantasmagoría estamos asistiendo? Cuanto se nos relata en esa historia tiene lugar en la fantasía de un personaje, pero no alcanzamos a verificar si se trata de un vagabundo que sueña con ser un rey o un rey que sueña con la posibilidad (en parte acariciada) de ser un indigente sin patria.
En los mundos de Clark Ashton Smith no existe la firme seguridad ética y metafísica de Tolkien, tan primorosamente construida y descrita. Los horrores sobrenaturales no poseen la alteridad totalmente desprendida de lo conocido que Lovecraft analiza y, en ocasiones, incluso describe científicamente: muy al contrario, los terrores inhumanos son, pese a todo, alarmantemente humanos, teñidos con toda la turbiedad de las flaquezas y fealdades que manchan la naturaleza humana.
La narrativa de Smith bloquea constantemente la identificación emocional del lector con lo que está leyendo. La distancia es infranqueable y angustiosa. Aquí no hay un héroe espada en mano al que seguir a través de peligros y regiones desafiantes, ni existe la seguridad que proporciona el tono narrativo heroico. Difícilmente un lector podrá o querrá identificarse con los protagonistas de Smith, que suelen ser pérfidos y maliciosos, o bien seres bufonescos e imperfectos, Calibanes que fracasan estrepitosamente en sus apuros y trabajos cuando no padecen un final catastrófico, horrible y sin gloria (“El tejedor de la tumba” es dolorosamente ejemplar en este sentido). La linealidad de la narración de aventuras resulta también anulada. De este modo, su obra se aleja de los planteamientos que forjó su amigo Robert E. Howard, creador de Conan el bárbaro, y que tanta fortuna posterior han tenido, en especial para ser imitados.

Ashton Smith es un consumado estilista, autor de una prosa muy superior a la de sus amigos Howard y Lovecraft. Le asiste el fino humor, la intensidad poética en la expresión y en la cadencia de su fraseo, el sentido de la fría distancia emocional frente a sus historias y personajes, la dosificación hábil y cruel de la información, y la sólida construcción interna de cada relato (funcionando a un ritmo milimétrico). Y por encima de todo, la imaginación siempre variada y nunca igual a sí misma de sus argumentos, jamás repetitivos. Destaca también por la originalidad de su imaginería: los decorados, vestuarios, objetos, simbología… todo ello dotado de un realismo embelesante. Somos conscientes de que cada elemento de los escenarios, cada utensilio mencionado, son algo próximo y cotidiano para los personajes: tienen las huellas del uso. Y el autor jamás se abandona a una fácil confianza en la inercia del lector, en todo cuanto éste puede dar como supuesto a partir de lecturas semejantes.

La construcción de ambientes recurre a la fijación emocional de sensaciones fuertemente visuales e incluso táctiles:

“El edificio estaba construido en una piedra extraña, del tono púrpura
negruzco de la podredumbre carnal, una piedra que rehuía el ardiente brillo del mediodía y la prodigalidad de la aurora o la gloria del ocaso. Era bajo y no tenía ventanas, en la forma de un mausoleo monstruoso. Sus puertas bostezaban sepulcralmente en la penumbra de los cedros.”
(El dios de los muertos)

Apenas existe el locus amoenus, y todo reviste el mismo matiz ominoso. Así es descrita la casa-ermita de huesos donde habita el simpático y moralista anacoreta Sabmón:

“Durante dos generaciones había vivido solo en una curiosa casa al borde del desierto septentrional de Tasuun: una casa cuyo suelo y paredes estaban construidos con grandes huesos más pequeños de perros salvajes, hombres y hienas.
Estas reliquias óseas, escogidas por su blancura y simetría, estaban unidas
estrechamente por correas bien curtidas y encajaban unas en otras maravillosamente, sin dejar ni un espacio por donde pudiese penetrar la arena transportada por el viento. Esta casa era el orgullo de Sabmón, que la barría diariamente con una escoba de cabello de momia, hasta que brillaba tan inmaculada como el marfil bruñido, tanto por dentro como por fuera.”
(La magia de Ulúa)


Sus decorados son siempre agitados y dramáticos. Nunca producen la impresión de lo prefabricado y siempre dan que pensar, sembrando la sospecha de ocultar trasfondos inimaginables. En tales ambientaciones han acaecido muchas cosas, ha quedado la huella de su tiempo propio, que Smith sabe hacer llegar a su lector, dotándolas de una rotunda realidad dentro de su inverosimilitud:

“Pronto llegó ante el gigantesco cráneo de una increíble criatura, que
reposaba sobre el suelo con órbitas que miraban hacia arriba; detrás del
cráneo se hallaba el apilado esqueleto del monstruo, bloqueando
completamente el paso. Sus costillas estaban semiincrustadas en las
estrechas paredes, como si se hubiese arrastrado hasta allí y hubiese muerto
en la oscuridad, incapaz de retirarse o de seguir adelante.”
(El último jerogífico)


Y más adelante, en el mismo relato, un giro expresivo crea una naturaleza propia en el decorado, respondiendo tal vez a una lógica arquitectural desconocida y una voluntad oculta no descifrada en la trama:

“La casa era un lugar de largos salones vacíos, tortuosos como los pliegues de una concha marina.”

La verosimilitud aludida desciende hasta los detalles estremecedores, resaltando lo vívido de cada pesadilla brotada de la insania de Zothique. Así, cuando tras ser sometido a tormento, el enflaquecido protagonista de “La isla de los torturadores” ve cómo su verdugo le despoja de su anillo:

“El anillo se desprendió fácilmente del arrugado dedo”.

La poderosa imaginación del narrador se proyecta hacia la descripción de estados psicológicos imposibles. ¿Cómo piensa un monstruo o un insecto? ¿Y cómo puede sentirse un ser devuelto a la vida y que arrastra de nuevo su cadáver sin voluntad por el mundo? En una de las mejores piezas de Zothique, “El imperio de los nigromantes”, los dos oportunistas y ambiciosos hechiceros que lo protagonizan se servirán de los muertos redivivos para prosperar. Expulsados como judíos errantes de ciudad en ciudad, comienzan por resucitar los esqueletos de unos caballos y el de un hombre en el desierto: éste será su primer servidor. Las osamentas de los caballos les servirán de monturas para llegar a la capital del reino muerto en el que se cebarán sus ambiciones:

“Los instrumentos de cuerda eran tañidos para su deleite por las
macilentas manos de emperatrices de dorado cabello que habían salido sin
mácula de la noche de las tumbas. A las más hermosas, a las que la peste y
los gusanos no habían estropeado demasiado, las tomaron como amantes y
las obligaron a complacerles en su necrofílica lujuria.”
(El imperio de los nigromantes)

(Los nefastos Mmatmuor y Sodosma, seguidos por su séquito de muertos-esclavos, llegan a su futuro hogar en la ilustración de esta bella cubierta para Zothique)


Allí es devuelto al aire vivo un desdichado príncipe:

“El último y más joven de los emperadores de Nimboth era Illeiro, que murió durante el primer mes de la plaga y había descansado en su gigantesco mausoleo durante doscientos años antes de la llegada de los nigromantes.”

El cual contempla cómo su real familia es convertida en séquito de esclavos:

“Día tras día, como copero en los salones donde anteriormente había
gobernado, Illeiro veía las hazañas de Mmatmuor y Sodosma. Vio sus
caprichos crueles y lujuriosos, su creciente ebriedad y glotonería. Los vio
revolcarse en su lujuria necrofílica y volverse toscos y rudos con la indolencia y la indulgencia. Descuidaron el estudio de su arte y se olvidaron de muchos de los conjuros; pero todavía gobernaban, poderosos y formidables, y recostados sobre cojines púrpura y rosas planeaban llevar un ejército de los muertos contra Tinarath.
Soñando con la conquista y con mayores hechicerías, se volvieron gordos y
repugnantes como gusanos que se han instalado sobre unos restos ricos en
corrupción.”


Pero el punto álgido del cuento lo constituyen estas líneas memorables, que ilustran la condición de esta infortunada y perversa versión de Lázaro:

“Obligado con su gente y con sus padres a servir a los tiranos, Illeiro
reanudó el vacío de la existencia sin hacerse preguntas y no había sentido
sorpresa. Aceptó su propia resurrección y la de sus antepasados como se
aceptan las indignidades y maravillas de un sueño. Sabía que había vuelto a
un sol descolorido, a un mundo hueco y espectral, a un orden de cosas en los que su lugar era simplemente el de una sombra obediente. Pero al principio sólo le preocupaba, como a los demás, un vago cansancio y una indefinida necesidad del olvido perdido.”



La capacidad de sugerencias metafóricas que encierran sus moralejas propias no declaradas, no es ajena a estos relatos. Cuando el atribulado rey Euvorán se encuentra encerrado en una gran jaula como un ave, prisionero de las Aves parlantes, se señala:

“Así pasó la tarde, bajando hacia el mar, y el sol tocó a Euvorán con sus
parejos rayos y coloreó los barrotes de la jaula con una imitación del oro.”
(El viaje del rey Euvorán)


En este mismo relato, obra maestra de lo grotesco, hallamos una de las escenas más asombrosas en cuanto a invención fantástica que puedan leerse. Euvorán logra apuñalar al búho gigante que le sirve de centinela y salir de su encierro.

“De nuevo fue presa de la desesperación, pero siendo de naturaleza astuta
y resuelta, Euvorán pensó en otro plan. Con mucho trabajo y utilizando la
daga, despellejó al enorme nictálope y limpió la sangre de su plumaje lo mejor que pudo. Después se envolvió en la piel, con la cabeza del nictálope sobre su propia cabeza y unos agujeros para los ojos en la garganta por los que pudiese mirar entre las plumas. La piel se le ajustaba bastante bien a causa de su pecho saliente, y su barriga y sus delgadas canillas eran ocultadas tras las pesadas canillas del pájaro cuando caminaba.”


Es de sospechar que pocos momentos del género “fantasy” podrán ser comparables a este momento en el que Euvorán escapa de su jaula en esta hilarante y a la vez bellísima fuga, con el patético rey bajando de puntillas la gran escalinata y pasando entre sus plumíferos captores dormidos y encaramados en sus perchas, a diferentes alturas. Tiene lugar aquí uno de esos privilegiados instantes de la literatura en el que la ocurrencia de la imaginación es respondida de forma inmediata, eléctrica, por el regocijo absoluto del lector, aunándose razón, lógica, maravilla y comicidad.


No hay cronología fija ni finalidad última para este mundo, ni sentido oculto en su acontecer. El último relato del tomo, “El viaje del rey Euvorán”, declaradamente antiheroico y que sorprende por su refinada comicidad tras el tono sombrío de las narraciones previas, concluye con un rey que se pierde irremediablemente lejos de su reino, viéndose obligado a iniciar una nueva vida de mediocre simplicidad casi al otro lado del mundo, donde en ningún momento aguardaba la gloria al final del viaje. Este colofón y despedida final del libro, desdramatiza el conjunto y relativiza burlonamente el tremendismo de todo lo leído.

Si la violencia, la falta de seguridad trascendente y la crudeza de los argumentos y de la exposición de los hechos definen lo que se ha venido en llamar “fantasía oscura”, entonces la de Clark Ashton Smith es una fantasía negra, negrísima. Sus argumentos abundan en todo lo más hiriente para la sensibilidad: necrofilias varias, putrefacción, claustrofobias, dolor físico, traiciones, callejones sin salida… no hay en ello delectación morbosa sino un cinismo atravesado por el puñal de la amargura, el desencanto frente a todo lo humano.

(Inhabitante de Sithakkaloth)
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NOTA: aunque lamentablemente la obra de este escritor sea difícil de conseguir en nuestro idioma como papel impreso, debe mencionarse que sí es posible acceder a ella gracias a internet y a los formatos electrónicos que algunos admiradores de estos libros han tenido la feliz idea de propagar por la red. Con una sencilla búsqueda internáutica es posible hacerse con el libro Zothique en PDF. De este PDF, que circula por más de una web, se han extraído los textos antologados. Corresponden a la traducción de EDAF de 1978.
Para quien sólo desee un primer acercamiento a la obra del californiano, yo recomendaría tres de sus relatos:

“Nigromancia en Naat”:
http://elbardodelsigloxxi.blogspot.com/2009/11/los-cuentos-de-zothique-nigromancia-en.html

“El imperio de los nigromantes”:

http://elbardodelsigloxxi.blogspot.com/2009/11/los-cuentos-de-zothique-el-imperio-de.html

y “El tejedor de la tumba”:

http://elbardodelsigloxxi.blogspot.com/2009/11/los-cuentos-de-zothique-el-tejedor-de.html


(“Sin nadie que contemplase la gloria de su tejido, con la oscuridad antes y después, el Tejedor hiló la red final en la tumba de Tnepreez.”)


Aparte de los relatos de Zothique, existe una magnífica página web dedicada a Ashton Smith con una amplia sección en español. En esta sección el internauta arribará a una variada multitud de relatos de su autor, correspondientes a diversos ciclos y mundos (47 narraciones nada menos) y una valiosa selección de su mejor poesía (28 poemas), además de documentos raros como su sentida necrológica para Lovecraft. También incluye amplísimas galerías de fotos con las esculturas y dibujos de Smith, ilustraciones de otros artistas inspirados por su obra, fotos familiares del escritor y una selección de portadas de sus obras editadas en varios idiomas. Todo ello, en especial sus poemas, suponen algo muy difícil de encontrar si no es en internet:

http://www.eldritchdark.com/

http://www.eldritchdark.com/writings/translations/spanish/


(El elusivo Clark)



(Aspiración)

martes, 16 de febrero de 2010

Michael Moorcock cumple 70 años ( V, antología de textos y algunas vivencias )

Este que veis aquí arriba es Gaynor el Maldito, uno de los mejores personajes secundarios de su autor. Su ser ha quedado destruido por el Caos, no es ya sino una masa inestable que únicamente se sostiene blindada en su armadura, que es su andamiaje y su única forma corpórea. Su yelmo jamás se abre, sólo se atisban sus ojos tras el visor. Aparece por primera vez en los libros de Corum, y reaparece como todo un gran personaje narrativamente desarrollado en La venganza de la Rosa, donde acompaña a Elric en sus andanzas, aunque para pronto competir y enfrentarse con él. El príncipe de los condenados, como también se le denomina, es un ser atormentado que transita por los mundos invocando una muerte que no puede aniquilarle, sirve al Caos y al mismo tiempo lo cuestiona y se sabe su víctima. En las últimas novelas dedicadas al príncipe albino, aún no publicadas en España, Gaynor reaparece en pleno siglo XX como el mayor de las SS Gaynor Von Minct. Me encontré con el príncipe de los condenados por primera vez cuando era niño, (¡traumático encuentro!) en un cómic de “Conan el bárbaro” en el cual Elric y su mundo protagonizaban una aparición especial.

Ahora apenas albergo dudas de que Gaynor, aparecido por primera vez en público en 1971, es el modelo directo de Darth Vader (1ª aparición pública en 1977). En esta genial viñeta de Barry Windsor Smith se presentaba al personaje. Se nos muestra encajado, atrapado entre las exclamaciones de aquellos a quienes ataca, el bocadillo con sus propias palabras, el revuelo de su pesada capa, la maza que empuña, y una sección de su escudo donde exhibe las ocho flechas divergentes que son el emblema del Caos.

A la novela La venganza de la Rosa (1991) pertenece este hermoso pasaje sobre Gaynor:

“Sólo las hendiduras del visor aliviaban la suavidad del fulgurante acero, que parecía contener materia viva justo por debajo de su pulida superficie, una materia que fluía, se agitaba y parecía amenazadora.
Desde las hendiduras miraban un par de ojos que desplegaban un dolor colérico
que Elric conocía muy bien. No pudo identificar una sensación de estrecha
afinidad con el hombre cuando éste se acercó al fuego y tendió hacia las llamas
las manos enfundadas en guanteletes. La luz de la hoguera captó el metal y una
vez más sugirió que algo vivo había en él, atrapado dentro de él, como una
energía enorme, tan poderosa que se la podía observar a través del acero. Y, sin
embargo, los dedos se flexionaban y extendían como dedos de carne que se
calentaban y recuperaban la circulación, y el suspiro del extraño sólo expresó el
más simple de los consuelos.”


La viñeta que encabeza el presente post me lleva a recordar a los grandes dibujantes que han trasladado al cómic a los personajes de Moorcock: Philip Craig Russell (Elric), Mike Mignola (Corum) o Moebius (Jerry Cornelius).
Actualmente, Moorcock continúa en contacto y en colaboración con amigos suyos del mundo del cómic bien conocidos en España: Neil Gaiman, Alan Moore o Walter Simonson.

(Fantasy y Art decó: la adapatación al cómic de Elric de Melniboné por Philip Craig Russell)

Pese al éxito de las adaptaciones al cómic, la obra del novelista británico no ha tenido tanta suerte a la hora de alcanzar las pantallas cinematográficas. La anunciada adaptación de Elric al cine, producida por la Universal y que iba a ser protagonizada por Paul Bettany (muy acertada elección) se retrasa siempre. Esperemos que si el proyecto se pone de nuevo en marcha, al menos se elija a alguien del estilo de John McTiernan para la dirección.
A pesar de todo, se realizó una película en 1973 basada en El programa final, la primera novela de Jerry Cornelius. Nunca se ha visto en España, y por lo visto fue un fracaso pese a los buenos propósitos de sus productores, quienes contrataron para protagonizarla a Sterling Hayden, Patrick Magee, Hugh Griffith y a Jon Finch para encarnar a Jerry Cornelius (recordaréis a este actor como protagonista del Frenesí de Hitchcock y el Macbeth de Polanski). Atención a la pistola disparadora de agujas (todo un testimonio de época) y a las uñas pintadas de negro de Jerry:


http://www.youtube.com/watch?v=NKNrL3sRV4o



Fragmentos de la novela El programa final (dedicados a L.D.):


“Ritmos de música beat inundaban el Cadillac convertible mientras Jerry Cornelius enfilaba hacia la costa de Kent: Zoot Money, los Who, los Moody Blues, los Beatles, Manfred Mann y The Animals. En el aparato empotrado, Jerry sólo tocaba lo mejor."

“A mitad de camino se detuvo en un quiosco de periódicos y se compró dos Barras Marte, dos tazas de café negro fuerte, y una o dos libras de papel impreso rotulado NOTICIAS, COMERCIO, ENTRETENIMIENTOS, ARTE, POP, AUTOMOVILISMO, SUPLEMENTO CÓMICO, SUPLEMENTO EN COLORES, SUPLEMENTO LITERARIO, y SUPLEMENTO TURÍSTICO. La sección noticias tenía una sola página y las noticias eran breves, lacónicas, sin interpretaciones. Jerry no las leyó. En realidad no leyó nada más que el suplemento cómico. En cambio había mucho para mirar. En estos tiempos los medios de comunicación recurrían cada vez más a las imágenes. Jerry estaba bien provisto.
Comió las golosinas, se bebió el café, dobló las secciones y las dejó sobre la mesa, a guisa de propina. Luego volvió al auto para seguir viaje a Blackheath.
Fuera de las pastillas y los dulces, Jerry no había comido nada en casi toda una semana.
Había comprobado que no necesitaba comer mucho, y que podía vivir perfectamente de la energía vital de los otros, aunque esto era agotador para ellos, claro está. No tenía amistades duraderas y Catherine era la única persona de quien no se había alimentado. Se había complacido, al contrario, en alimentarla cada vez que ella se sentía débil con una parte de la vitalidad que él mismo robaba. A Catherine no le gustaba mucho que lo hiciera, pero lo necesitaría cuando él la sacara por fin de aquella casa y la devolviera a la normalidad, si conseguía devolverla a la normalidad.
Lo que haría ciertamente cuando tomase la casa por asalto sería matar a Frank. La aguja última de Frank, la excitación última que Frank aún estaba buscando, partiría de la pistola de Jerry.“

“Abiólogos (3), Acarólogo (1), Acólogos (2), Acrólogo (1), Adenólogos (5), Aletiólogo (1), Alquimista (1), Anatripsólogo (1), Andrólogos (10), Antibiólogos (10), Angiólogos (4), Anorganólogos (3), Antropólogos (4), Antropomorfólogo (1), Arcólogos (6), Areólogos (2), Artrólogos (4), Astenólogos (2), Astrolitólogo (1), Astrólogos (7), Astrometeorólogo (1), Atmológos (2), Audiólogo (1), Auxólogos (6).
—Su lista de necesidades— Jerry estudió las páginas. Había veintiséis categorías, una por cada letra del alfabeto.
—He completado la mayoría —dijo la señorita Brunner—. Me enteré de la fiesta por un histólogo que contraté; un colega de él había estado aquí.
—Así que vino a completar la lista. Menuda arca la que se está construyendo, por añadidura. La señorita Brunner puso cara de éxtasis.
—No el arca... ¡el diluvio!”

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Todos los fragmentos aquí citados pertenecen a las conocidas ediciones españolas de Moorcock, es decir, las de Martínez Roca y las de Edhasa (para los ciclos de Elric y Corum) y de Minotauro (para Jerry Cornelius). Michael Moorcock nunca ha tenido suerte en su publicación y difusión en España. Sus libros editados en la editorial Martínez Roca han sido inencontrables durante años. Por fortuna, Edhasa ha retomado los libros de Elric en una bellísima edición.

Luis Alberto de Cuenca es el principal valedor de Moorcock en España, y nunca ha perdido ocasión para reivindicarlo y recomendar su lectura. Aquí le vemos, junto a León Arsenal, en la presentación de Las crónicas de Elric, el emperador albino publicadas en Edhasa:

http://www.youtube.com/watch?v=ntXi15gaoG0

Aquí cerramos esta serie de artículos dedicados al novelista inglés por su 70 cumpleaños.
"Con Moorcock vuelve Homero, para mayor escarnio de pedagogos y seres racionales"
Luis Alberto de Cuenca


jueves, 4 de febrero de 2010

Clark Ashton Smith, el brujo olvidado ( I )

("Aceptó su propia resurrección y la de sus antepasados como se aceptan las indignidades y maravillas de un sueño. "
C.A.S., "El imperio de lo nigromantes")


1. Smithsonian

De los tres grandes escritores de literatura fantástica que marcaron con su sello personalísimo la época dorada de la revista “pulp” Weird Tales, en los años 30, tan sólo Clark Ashton Smith permanece como un gran desconocido para los críticos y los lectores. H.P. Lovecraft y Robert E. Howard han seguido cosechando sus públicos, no siempre coincidentes, con un provecho constante a lo largo de los decenios. Mientras tanto, puede afirmarse que el nombre de su compañero de generación (a pesar de ser conocido por todos, aunque tan sólo sea por su relación con los escritores citados) oculta a un maestro por descubrir para muchos, y un escritor aún por aquilatar en su valía para la crítica. Y es que con frecuencia se olvida, en la consideración crítica de la literatura estadounidense, la ramificación de cauces diversos que desde el principio la caracterizó. Si la línea de la nueva poesía nacional de Estados Unidos la inauguró Whitman, la narrativa pronto despejó tres vías principales por las que discurrir: la narración aventurera nutrida del espíritu pionero (Fenimore Cooper), la realista (Mark Twain) y la fantástica (Poe). La literatura fantástica forma parte de la tradición norteamericana con tanta fundamentación como la realista.

Después de Clark Ashton Smith (1893-1961), tal vez ningún autor de literatura fantástica ha sido tan potentemente personal y original (salvo Stanislaw Lem). Tolkien se nutre de fuentes altomedievales, proviene directamente de ellas, y el estilo exitoso de Michael Moorcock resulta (en comparación sobre todo con el de Smith) bidimensional: una fusión de la novela de aventuras con la narratividad del cómic (de elegante dibujo, eso sí). La imaginación de Lovecraft, a pesar de haber transitado por sus mundos oníricos creados ex -nihilo, en busca de la ignota Kadath o de puertas que se abrieran con llaves de plata heredadas, tendía a los ambientes reconocibles: lo ignoto se agazapa a la vuelta de aquella esquina… Robert E. Howard es sin duda el maestro del pulp, la quintaesencia de este tipo de escritura: identificación plena del autor con su medio (la revista comercial) y su público, aunque sin subordinación de la imaginación y del capricho de dicho autor. Lovecraft sólo se sirvió del pulp, no sirvió al pulp: sus aspiraciones eran más refinadas y aristocráticas, y siempre he sospechado que despreciaba secretamente a su público. Lovecraft y Smith se vieron obligados a recurrir a estas publicaciones en papel barato para darse a conocer, pero no se sentían realmente identificados con ellas.




En España, Clark Ashton Smith continúa en el limbo de los olvidados desde que, allá por los 70, la editorial Edaf publicara los dos volúmenes de Zothique e Hyperbórea. El volumen de Zothique volvió a flote de forma fugaz en 1990 para sumergirse después en las profundidades de lo descatalogado. A diferencia de lo que acece con otros escritores que quedan anclados en la penumbra de los desconocidos, o conocidos sólo de oídas y como nombres citados en notas a pie de página, la explicación no resulta sencilla en este caso: no hay razones literarias para su olvido, puesto que la calidad artística de su obra es muy evidente para cualquiera que desembarque en sus páginas, pero tampoco hay razones ideológicas, ni mucho menos comerciales. Convenientemente editados, los libros de Clark Ashton Smith supondrían un éxito más que probable, atrayendo a lectores muy diversos.

El californiano Clark Ashton Smith comenzó su carrera literaria en el mundo de la poesía (siendo saludado apresuradamente como un “nuevo Keats”), género que no abandonó a pesar de que pronto centraría su creatividad en la narrativa breve. Su abandono de la literatura tampoco es de fácil comprensión. Su paso de la creatividad desbordada al mutismo resulta tan fulminante y escandaloso como el de Rimbaud. Por parte de algunos biógrafos se ha apuntado la posibilidad de que las muertes inesperadas y tan seguidas, en 1936 y 1937, de sus amigos Howard y Lovecraft le hubieran sumido en un desconcierto estético (aparte de la depresión emocional que le supuso). El contacto, aun distante y epistolar con esos creadores, y el hecho de publicar juntos en la mismas revistas, eran factores que estimulaban su imaginación de forma comprobada. Tal vez Smith dependió más de lo que él mismo podía suponer del medio editorial con el que se daba a conocer, y su interés por proseguir sus creaciones decayó al mismo tiempo que se hundía hasta cierto punto un determinado mercado literario, a la vez que los gustos del público y sus formas de consumir narrativa cambiaban tras la Segunda Guerra Mundial.
En sus últimos 25 años se dedicó al dibujo y a la escultura. De esta labor nos han quedado piezas extrañas e inquietantes, de líneas minimalistas. Muy en concreto, se orientó a la manufactura de estatuillas de reducido tamaño, a la manera de pequeños ídolos desenterrados en un planeta muerto. La sencillez de líneas de sus dibujos y figurillas, aplicadas a creaciones de una imaginación tan barroca, aún resaltan más su absoluta otredad, el inhumano desafío de su presencia.
Sus abundantes relatos se agrupan en ciclos basados en los diversos mundos imaginarios por él creados, siendo los de Zothique e Hyperbórea los más importantes. Especialmente, es en el volumen de Zothique, recopilación del ciclo del mismo nombre, donde se agavillan los máximos logros del narrador, y es en este libro en el que se concentrará el análisis de estas líneas.

(La célebre cubierta de la edición original de Zothique, y que Edaf mantuvo en su edición castellana)


2. Ambientación

Cuando el lector se aproxima a Zothique, es sorprendido por lo exótico del panorama. Un mundo fantástico como el de Tolkien, pero filtrado por una sensibilidad en nada parecida a la serena y “olímpica” del profesor de Oxford. La fisonomía del mundo de Smith es cínica, estremecedora y turbia, macabras sus tramas. Contemplamos un mundo imaginario vislumbrado a través de los efluvios malsanos del decadentismo esteticista “fin de siècle”. Este californiano traductor de Baudelaire y de Heredia, fue el hacedor de un mundo enfermizo, cruel, bárbaro, animado por un sustrato onírico imprevisible en su fenomenología y que instala un desasosiego permanente en el lector. Antes de Clark Ashton Smith, tan sólo Lord Dunsany podía considerarse padre con relevancia literaria de los mundos y convenciones de la fantasía tal y como hoy la conocemos. Robert E. Howard y Clark Ashton Smith les dieron su forma definitiva. Dunsany probó qué resultados podían obtenerse de la fusión del orientalismo con el folclorismo irlandés, y por su parte, Ashton Smith demostró haberse nutrido de una de las lecturas personales más provechosas de las Mil y una noches que ha dado el siglo XX, junto a las que (igualmente personalísimas) Lovecraft y Jünger dejaron tras de sí respecto a este clásico oriental.
Predominan, en la ambientación de este mundo de Zothique, los matices orientalizantes. Las zonas áridas ocupan la mayor parte de los escenarios de estos relatos. Entre sus arenas pueden esconderse ciudades perdidas, cadáveres de civilizaciones extinguidas, mientras que la perversidad parece acumularse, adoptando formas particularmente pérfidas, en las islas: entre otras muchas, Naat, la isla de caníbales y nigromantes, o Uccastrog, la isla de los torturadores, un pueblo que halla su principal solaz en infligir dolor al otro.
La edición original en inglés, y conjunta, de los 16 relatos ambientados en Zothique “el último continente”, tuvo lugar en los 70 y ya no fue obra de su creador, fallecido en 1961, sino del editor e investigador del género Lin Carter (competente escritor él mismo), y permite obtener una visión de conjunto de este mundo imaginario. Zothiqe es una tierra ya moribunda repartida en naciones, reinos y territorios cuyas culturas se encuentran en un estado de decadencia y desintegración moral. Un estado cercano a los últimos grados de petrificación de la “Zivilisation” spengleriana. No hay en este mundo una señalada diferenciación de pueblos desde el punto de vista racial, como sí la hay en Robert E. Howard, ni especies vivientes enfrentadas en conflictos morales como en Tolkien. La homegeneidad de la humanidad que presenta Clark Ashton Smith viene marcada por la misma capacidad para el mal, la lujuria, la indiferencia ante el dolor ajeno, la avaricia y la ambición personal. No hay en este mundo horizontes de salvación personal ni colectiva como en la Tierra Media, ni enfrentamientos épicos significativos. Los pueblos se extinguen víctimas de epidemias o de su propia degradación y lasitud, conjuntamente con la extenuación de sus familias gobernantes. En un relato concreto, el lector se puede encontrar con que el olvido y las arenas han sepultado las ciudades que fueron esplendorosas en las historias relatadas en cuentos anteriores. La impresión que causa la recopilación de estas narraciones en un volumen es vívida y poderosa: pesan en el lector las aterradoras elipsis que separan como hachazos un relato y otro, con sus personajes propios, tan diferentes entre sí. Las elipsis pueden abarcar siglos, y el lector sabe que entre medio han tenido lugar sucesos catastróficos: extinciones, hambrunas, pandemias… los países populosos son desérticos ya unas páginas más adelante. Mientras tanto, los cetros pasan de mano en mano y la preeminencia de una nación se diluye y pasa a ser atributo de otra. Sólo perviven la maldad intrínseca de la existencia y el estupor que provoca. Una pesada nube de ensimismamiento concupiscente parece cernirse sobre cada reino, carente casi de ambiciones como no sean (muy desteñidas) las de aferrarse a un poder que también aburre: se trata de los inciensos enrarecidos que Clark Ashton Smith ha aprendido a respirar de Swinburne o de Huysmans, la tradición literaria de la cual su estilo proviene de forma directa, a mi juicio, con Poe como modelo de construcción de la pequeña máquina de escalofríos contenida en pocas páginas. Así, “La isla de los torturadores”, ofrece una versión muy personal del argumento que Villiers de L’Isle-Adam dio a la luz (o a la tiniebla) en un famoso relato de horror decimonónico: La tortura de la esperanza… con añadidos argumentales enmarcando el planteamiento original del escritor francés y con el despliegue de una imaginería muy personal del californiano ornando la trama. El motivo de la vampiresa, la lamia que un día fue mujer amada y que retorna convertida en monstruo, aparece en “La muerte de Ilalotha”. Con este argumento entre las manos, Smith parece saltar sobre las versiones cercanas heredadas de Poe retornando al origen del tema, y acercándose al poema “La novia de Corinto” de Goethe.

(Continuará...)

(Una de las misteriosas esculturas de Clark Ashton Smith, entronizada sobre un ejemplar de su obra maestra.)