sábado, 27 de junio de 2009

Ernst Jünger y el emboscado real ( I )

(Jünger)

En estas líneas trazaré una lectura del libro de Ernst Jünger La emboscadura, uno de sus ensayos más importantes y así mismo uno de los puntales de su pensamiento. Será un texto duro, pero necesario.
La edición utilizada es LA EMBOSCADURA, traducción de Andrés Sánchez Pascual, Tusquets editores, 2002.
Las citas de libros remitirán a una bibliografía exhaustiva que será incluida al final del artículo completo.
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Resulta asombroso todavía el afán puesto en desconocer conscientemente a un escritor. Existe una forma de desconocimiento que no es la del olvido o la indiferencia, sino la de la tergiversación o bien la del permanente propósito de no querer ver lo que los textos dicen y son. Es algo cercano a cuanto la izquierda anticapitalista, la más consecuente consigo misma, denomina “desinformación” en su propaganda.
En ocasiones, un autor debe ser defendido no de quienes le son adversos, sino de sus propios admiradores. Es lo que sucede con Ernst Jünger, cuya pléyade de exégetas y rendidos adeptos, provenientes en España fundamentalmente del entorno académico y universitario, tejen desde hace tiempo (con raras excepciones) una red de discursos cruzados laudatorios que más bien tiende a ocultar la real significación de su obra.
Soy de la opinión de que hay que enfrentarse con los trabajos intelectuales y con la trayectoria de un escritor de forma valiente, aceptándolo tal y como es sin buscar coartadas atenuantes para hacerlo más digerible ni intentar blanquearlo para que encaje en un discurso y pensamiento que quizás le sean ajenos.

De la deliberada incomprensión en torno a este libro y a la mayor parte de la obra del maestro alemán no queda libre ni siquiera quien ha podido ser considerado hasta años recientes como su traductor oficial, me refiero a Andrés Sánchez Pascual, a quien se debe por otra parte la excelente traducción de La Emboscadura aquí utilizada. Pero algunas de las traducciones de Sánchez Pascual vienen con la propina de sus propios prólogos a las obras de Jünger por él trabajadas. Una aportación interpretativa más que discutible, si bien nada hay que objetarle a Sánchez Pascual como traductor, durante un tiempo de Nitezsche, después de Jünger.
José Luis Molinuevo, uno de los más rigurosos y valientes comentaristas del escritor de Heidelberg con el que podemos contar en España, tampoco acierta en un nivel de profundidad al abordar el ensayo La Emboscadura, (dentro del repaso cronológico a la obra del alemán que supone su libro “La estética de lo originario en Jünger”). No demuestra una comprensión cabal y completa de todas las derivaciones y consecuencias del concepto “emboscadura” expuestas en el libro de Jünger, e incluso cae en el error de considerar esta figura del emboscado como asimilable a la del anarca. Más adelante abundaremos en esta diferenciación capital que debe realizarse al considerar las dos figuras.
He leído recientemente un libro que se me había pasado por alto: “Ernst Jünger y sus pronósticos del Tercer Milenio”. Se lo debo a un compañero de un curso de doctorado que he realizado recientemente. Es en esta lectura donde una vez más me encuentro con una incomprensión que no puede ser sino deliberada. Varios de los ensayos recogidos en el libro, editado por la Universidad Complutense, son relevantes en varios aspectos referidos a la obra jüngueriana, pero la ceguera consciente hacia muchas de las piedras angulares de sus análisis y propuestas de pensamiento, debe ser cuestionada. El libro La emboscadura, de 1951, es una de las obras más citadas en el volumen, y constantemente se reitera la misma errónea apreciación del mismo. Un extremo de todo esto se advierte en la fácil e injustificada identificación de la figura del emboscado con la del anarca, expuesta por Jünger en su novela “Eumeswil”, de 1977. Algunos autores llegan a concluir sus razonamientos con la rara idea de que ambas figuras son una misma. Ni siquiera se preguntan sobre las razones de fondo que explicarían que una de estas figuras jünguerianas sea presentada en un ensayo y la otra en una novela, y esto es muy grave desde el punto de vista de la metodología literaria; y no sólo literaria, sino exegética en el sentido más amplio dentro del dominio de las palabras escritas, contando también con el texto filosófico. Dicha distinción genérica no es secundaria, si bien sería tema de otra exposición y comentario.
El pensamiento de Jünger, como es sabido, se articula en torno a la aparición y descripción fenomenológica de las diversas encarnaciones adoptadas por el concepto de “Figura” (Gestalt). De estas figuras, las principales serían, en los siglos XX y XXI, las del Soldado, el Trabajador, el Emboscado y el Anarca.
La emboscadura, el proceso y acto de la voluntad por el que la personalidad aislada se convierte en emboscado no es, pese a los comentarios desorientadores de los paladines académicos del autor, un estado de vida contemplativa, teorética y de cómodo exilio interior. No es una resistencia pasiva al poder desde posiciones éticas ni un desapego escéptico. La Emboscadura es un libro que surge como consecuencia de un nuevo período de postguerra que al autor le toca experimentar y observar, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y como tal libro postbélico y ensayo reactivo ante una situación de conmoción personal vinculada a un trastorno histórico, enlaza directamente en más de un aspecto con la obra de Jünger surgida en la anterior postguerra, en el período cubierto entre 1919 y 1933. Esa parte de la obra del escritor permanece demasiado desconocida en España y en Francia, los dos focos principales de la consagración de Jünger como autor de referencia del siglo XX, y La Emboscadura es justamente el trabajo más próximo a aquella lejana-cercana producción. Salvo algunos escritos muy concretos, como La movilización total, o los breves ensayos referentes a la técnica fotográfica y los métodos de nueva comprensión objetiva de la realidad social de guerra y postguerra (enlazados con las ideas de la “Neue Sachlichkeit”, “Nueva objetividad”), en nuestro país toda esta producción queda en la sombra para la mayor parte de lectores. En Italia en cambio, estos escritos juveniles de Jünger han aparecido en su integridad bajo el título “Scritti politici e di guerra”, en tres tomos.
La Emboscadura es un texto marcial, tal y como un crítico francés de izquierdas y antijüngeriano, Michel Vanoosthuyse, ha definido la primera versión (1929) de El corazón aventurero. El libro que aquí nos ocupa es en efecto un texto marcial, aunque ya no sea militarista, como en cambio sí lo eran aún los escritos de la anterior postguerra. Se trata de una obra colmada de una contenida agresividad que busca unas formas de expresión muy diferentes a las de los artículos y ensayos breves de los años 20 y comienzos de los 30: precisamente la forma de expresión “emboscada”. Y es que el sentido de ocultación y camuflaje, latente en el término clave parece no querer ser visto (cumpliendo más allá de lo necesario, irónicamente, su cometido) por parte de los rendidos admiradores liberal-conservadores del escritor alemán. A este respecto, el autor confiesa hacia el final de la obra este punto espinoso: “El modo en que llevan eso a cabo es una cuestión de la resistencia, la cual no necesita ser siempre franca. Exigir tal cosa es (…) entregar a los tiranos la lista de nombres” (cap.30, p.149).
(Continuará...)
(Andrés Sánchez Pascual montado en un columpio)

lunes, 22 de junio de 2009

Solstizio d'estate


"Hoy es el solsticio de verano, es el inmóvil éxtasis de la luz, el apogeo del día febeo. El aire entero es una voluntad, una voluptuosidad de vida. El orbe del sol hierve por completo de abejas ardientes que destilan el fuego. En el viento africano pasa la ebriedad de la miel ígnea."
Gabriele D'Annunzio, La Leda senza cigno (La Leda sin cisne, 1916)

martes, 9 de junio de 2009

Poetas de Caesaraugusta ( IV ): Ángel Gracia

(Pintura de Nicolás Roerich)

“Aprende que nunca llenarás la primera soledad, nunca cambiarás de piel, nunca te amarás”. Así dice el texto de contraportada de VALHONDO.

La insatisfacción está en el origen del ser, no en cuanto cosecha la experiencia. Este es el acorde inicial de VALHONDO… como si comenzara con su final y no deseara avanzar. Tras el no solicitado don de la vida (“Un diluvio de luz / sobre las manos / del niño”) queda la constatación de que la verdadera vida “est absente”.
Un ansia primordial no satisfecha… Luego queda caminar siempre para no llegar sino al inesquivable hecho de no dejar de ser nosotros mismos (“Avanzar hacia mí… reunirme en soledad”).
Si la insatisfacción está en el origen, el ser se funda entonces en el rechazo permanentemente de sí: los árboles no quieren ser bosque (prefieren ser talados), la lámina del agua es acribillada por la lluvia, agua enemiga del agua.

“Los árboles oran
contra el bosque.

Reclaman hacha y pira.

El agua tiembla
herida por la lluvia.”

Y esto vale, funestamente, también para el hombre: “también el aguador / tuvo sed” (p.23).
“Exilio” se llama la primera parte del libro. Si la vida es exilio ¿es nuesta añoranza de un hogar algo que apunta hacia un confín que pueda atisbarse en el poema? El libro se estremece en una inquietud metafísica atada con cadenas de tierra, madera y agua. Un alma que no sabe medirse más allá de la carne, pero sueña con poder contemplarse fuera de sí misma. Así, desde fuera, se contempla esa casa veraniega cuya llave es propiedad del verano y sólo del verano, como aquel hotel de AMARCORD, contenedor de tantas frágiles ensoñaciones:

“La llave está en manos
del verano desolado.
El viento en el umbral.” (p.21).


Somos la tierra donde todas las cosas se sepultan, viene a decir también Ángel Gracia en la segunda parte, “Rostros en el hielo”. Tierra o mar donde lo más grande se sumerge y se pierde.
Pérdida… la posibilidad de perder la memoria de la propia existencia sobre la tierra, era un temor acendrado de los antiguos, por lo que Tiresias era ese privilegiado que pudo conservar su memoria intacta en el Hades; de ahí que vivos y muertos lleguen a ser desconocidos unos para otros, reverberando la soledad absoluta en tal imagen con los ecos más desesperados: “su amada muerta / ha vuelto / y no le reconoce” (p.31). Pero también los vivos se desconocen, no hay salida: “Él cuenta los muertos / y yo cuento los seres / que nunca conoceré” (p.32).
Personajes del legado cultural, el cine de Dreyer, y Hölderlin demente cierran la segunda parte donde ya se ha abierto camino el tema de la muerte y los muertos, el cual prosigue en la sección última del libro. “Los invisibles nos ven”, se ha dicho en la página 22, y ahora el muerto se dispone a afrontar la larga experiencia de estar fuera de la vida: “comienza sin límites mi fin” (p.55).
El infierno, la condena eterna, para el hombre de un tiempo sin Dios sólo puede ser la permanencia indefinida frente a todo error y a la consciencia del propio error, esto es el poema “Inferno”, (p.65).
Todas las posibilidades imaginativas de la desencarnación son aquí evocadas. Así, hay una reminiscencia de las viejas ideas acerca de la preexistencia en el poema “Explorador” (p.56): algo tantea desde la eternidad las posibilidades o inviabilidad de la vida… “Ése / no nacerá”. Pasando por el instante eternizador del poema “Angelus” , llegamos a la gran oración de la página 47, en poema sin título. También la desconexión entre la vida y la muerte puede imaginarse así... que los muertos no deseen en ningún caso retornar a la vida:

“Miedo de perderme
en el principio,
de que se acabe
el último regreso.”


En su magnífico Diario, Giovanni Papini exponía la posibilidad de que los muertos hayan sentido desde siempre tanto miedo a los vivos como los vivos por los muertos, y de ahí la incomunicación que constatamos.

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En EL LIBRO DE LOS IBONES, el centro de gravedad discursivo, la quilla del libro, está entre el decir y el contemplar: las posibilidades de lo decible y lo inefable por un lado, y por otro el testimonio ante la presencia altiva del mundo en la dimensión más pura de lo real: el escenario natural… Un testimonio itinerante (calificativo muy definitorio para este autor) que da fe también de la vida humana por medio de la voz poética y del portavoz-poeta de todos los desconocidos.
La unión del decir y del contemplar itinerante se encuentra ya en el título de la primera parte del libro: “Senda escrita”, y en los versos del cuarto poema que dicen:

“La nieve cambia
en cada cumbre de nombre”.


Misma materia natural, diversa colonización de la conciencia, diverso bautismo humano hacia la roca. Y esta misma conjunción halla su réplica coherente en uno de los poemas últimos (p.93):

“Daría mi voz
si la pradera extendiera
la palabra”.


Con la presencia nueva del yo poético entre los elementos puestos en juego.

El libro es un peregrinaje desde el primer planteamiento acerca de la palabra, el ensayo de la voz que ha de nombrar, para luego pasar al recorrido de esa senda escrita o por escribir. Un alto en el recuerdo, la lectura, el legado literario y el retrato, para luego pasar y pasear de nuevo hacia la contemplación y la mención definitiva, con los parajes que ostentan su nombre (Monte Perdido, Anayet, Asín) con la misma intensidad que los seres humanos (Georg Trakl, Daigu, Li Bo).
Seguramente, al lector de Ángel Gracia no se le pasará por alto que en este poeta existe naturaleza real, y no decorado y escenario de fondo. Cuando dice “montaña,”, “árbol”, “lago”, “ibón”, para él esto no son palabras transmitidas una y otra vez por medio de textos literarios sino presencias numinosas de lo real. Existen en su poema como experimentos verificables. Algo que puede ser rastreado desde sus primeros libros hasta la recopilación de artículos viajeros DESTINO Y TRAZO, recientemente publicada por la editorial Comuniter.
De ahí también que los elementos de la naturaleza no reposen en un cajón de metáforas al que echar mano, sino que su pasión tiende a desligar en todo simbolismo lo que en éste hay de elemento cercano. Y así, ese amor por lo visible le impulsa a partir la metáfora en dos y quedarse con la parte de esos sus dos componentes más cercana a nuestra abandonada condición material. La terminología en torno a la idea de “abandono”, además, aparece con fuerza en esta obra. Esta idea de opción y apuesta por lo visible se manifiesta palmariamente en versos como los que siguen (p.39):

“Torturada zarza,
protégeme de Dios”


Para Ángel Gracia, tal vez lo bello-apariencial, la zarza ardiente que vio Moisés, resulta más vinculante que el Dios que la tradición esconde tras este símbolo, o tras el cual se cela la propia noción de lo divino para no deslumbrar y aniquilar con su manifestación.
La idea se desarrolla, en mi opinión, en estos versos de un poema cercano que sigue al anterior (p.43):

“Tuya es la caricia
que separa a Dios
de la soledad.”

Aunque concluyendo con una matización espiritualista, que supone una apertura del discurso a la que considero significativa:

“Todo lo que existe
necesita de lo que no existe.”


Las citas de místicos (muy alejados de los tan traídos y llevados místicos españoles) como Hildegarda Von Bingen, Angelus Silesius y el maestro Eckhart apuntan en la misma dirección, la cual tal vez sea aún recorrida como senda futura por el poeta.

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Imposible dar cuenta exhaustiva de semejantes libros en el espacio de un post. Una ciudad como la nuestra es libre de desconocer a sus mejores poetas, si bien tal cosa la hará bajo su propio riesgo. Riesgo de empobrecimiento y vacío. Los libros de Ángel Gracia educan la mirada en el sentido más idealizado del término, son theoria en su acepción originaria.
Quien desee conocer de cerca a este autor, el mismo se encontrará al alcance de oídos, atenciones y preguntas el miércoles 24 de Junio a las 19’30 en la Sala Polivalente de la Biblioteca de Aragón, en la nueva sesión de la nueva tertulia poética que organizan Emilio Quintanilla y Rosendo Tello. Allí os espera Ángel, y sus poemas en las librerías y bibliotecas.


(Os están esperando)