La influencia de la mona Chita (en inglés se escribe “Cheeta”) en los artistas europeos modernos más innovadores resulta evidente. En la exposición ya mencionada del Palacio de Sástago pudo verse un gran lienzo titulado, si mal no recuerdo, “Aire libre. Exposición del lienzo a la lluvia durante 50 minutos”. En verdad, al contemplar esta hermosa obra ¿no evocamos las tórridas gotas de lluvia exudadas por los cielos africanos, golpeando pesadamente las hojas de esos árboles que en épocas remotas fueron nuestro hogar, y los cuales, gracias a las transformaciones constantes en pos de una mayor apertura progresista de nuestras conciencias, volverán a serlo?
Pese a todo pude constatar, apesadumbrado, que el cuadro en cuestión, el cual ocupaba casi media pared debido a sus ambiciosas proporciones, había sido colgado del revés. Por ello estuve sopesando la posibilidad de dejar constancia de mi disgusto en el libro de visitas de la exposición. Mi timidez habitual y mi solidaridad hacia los organizadores de la muestra y los responsables de la sala hicieron que me limitase a marcharme cabizbajo, lamentando la ignorancia del culpable del desatino, pero sin permitir que enturbiase mi agradecimiento hacia aquellos que hicieron posible que en nuestra ciudad, Caesaraugusta, se reuniesen obras de tal valía. Copio de nuevo aquí el enlace con los datos de esta inolvidable exposición: http://www.redaragon.com/agenda/fichaevento.asp?id=44665
La mona Chita, el artista transexual más grande de la historia, fue un creador incomprendido. Durante años se vio obligado a llevar una doble vida al tener que ocultar en la pantalla su condición masculina para interpretar el conocido personaje femenino que le dio fama y riqueza. Aquí le vemos recordando con nostalgia a sus antiguos compañeros del mundo de la farándula, a quienes sobrevivió.
La mona Chita, el artista transexual más grande de la historia, fue un creador incomprendido. Durante años se vio obligado a llevar una doble vida al tener que ocultar en la pantalla su condición masculina para interpretar el conocido personaje femenino que le dio fama y riqueza. Aquí le vemos recordando con nostalgia a sus antiguos compañeros del mundo de la farándula, a quienes sobrevivió.
La mona Chita, por alguna extraña razón, nunca titulaba sus pinturas. En ocasiones renegó de muchas de sus obras, dando incluso muestras de no reconocerlas. Esto propició que tanto las malas lenguas como sus detractores sugirieran que el artista flaqueaba en su equilibrio mental (debido al abuso de las drogas en su época de mayor fama y éxito social) y que no recordaba haberlas pintado, siendo así que tal actitud de Chita, en verdad, no podía ser sino una muestra más de su honestidad creadora.
(Cheeta gritando al ver algunas de sus obras, actitud moral ejemplar que comparte con muchos de los más grandes artistas plásticos de nuestro tiempo)
Preguntado una y otra vez, en el retiro tranquilo de su mansión de Palm Spring, acerca de sus influencias y de sus propósitos estéticos, ofrecía invariablemente respuestas confusas y divagantes. Con ello nos regalaba a todos una valiosa lección de humildad, al recordarnos que el mundo del creador es secreto y enigmático, y que no es lícito indagar impunemente en sus entresijos. Al mismo tiempo, su reservada actitud de artista, ejemplo de modestia y coherencia, supone un tácito reconocimiento a la inestimable labor que todos nosotros, críticos e historiadores del Arte, realizamos. Cheeta reconocía así nuestra libertad para reflexionar sin descanso sobre las formas y los significados de los productos culturales y estéticos, libertad para construir teorías que arrojen luz sobre nuestra condición de individuos críticos, protagonistas y beneficiarios del progreso, agentes del constante cambio social y cultural.
Preguntado una y otra vez, en el retiro tranquilo de su mansión de Palm Spring, acerca de sus influencias y de sus propósitos estéticos, ofrecía invariablemente respuestas confusas y divagantes. Con ello nos regalaba a todos una valiosa lección de humildad, al recordarnos que el mundo del creador es secreto y enigmático, y que no es lícito indagar impunemente en sus entresijos. Al mismo tiempo, su reservada actitud de artista, ejemplo de modestia y coherencia, supone un tácito reconocimiento a la inestimable labor que todos nosotros, críticos e historiadores del Arte, realizamos. Cheeta reconocía así nuestra libertad para reflexionar sin descanso sobre las formas y los significados de los productos culturales y estéticos, libertad para construir teorías que arrojen luz sobre nuestra condición de individuos críticos, protagonistas y beneficiarios del progreso, agentes del constante cambio social y cultural.
3 comentarios:
Gñéeeee
¿Puedo decir que la pintura dejó de tener sentido en el mismo momento en que se inventó la fotografía? Y no me vengáis que hay estilos de pintura que son arte per sé, sin reflejar la realidad de modo fidedigno (abstracta, cubismo, surrealismo, etc) pues estos surgieron a raíz de la invención de la fotografía.
Si de verdad esas demostraciones pictóricas fueran arte, digo yo que se habrían inventado antes de llegar la fotografía y no como una medida desesperada para que cuatro tarados sin oficio ni beneficio pudieran ganarse la vida mezclando colorines y diciendo que su trabajo trasciende la realidad.
¿Acaso véis a Napoleon pagando por un cuadro cubista, o a los Medici comprando un cuadro con un bote de la sopa Campbell's de la época, como si de un bodegón minimalista se tratara?
La pintura no surgió más que por la necesidad de otorgar perpetuidad a ciertos actos, personas o situaciones, a falta de un medio técnico más efectivo. Si hasta los de Atapuerca habrían colgado polaroids de bisontes de haberlas tenido en vez de pintar.
¡Ay, Anónimo! Si no te conociera...
El gran Cheeta ha fallecido hoy.
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