Incluyo aquí esta intervención mía acerca de la poesía y prosa de D'Annunzio. Ofrecí esta breve charla el 23 de Enero de este año en uno de los actos del "Colectivo Espoleta", el cual plantea un formato de encuentro literario sumamente variado, donde siempre puede hallarse algo de interés cuando no iluminadoras sorpresas. El texto que recojo aquí, en mi blog personal, ya se había publicado en el blog del "Colectivo Espoleta" cuyo enlace puede verse en la columna de la derecha. Confío en que las dificultades no les desanimen, y en que los creadores de esta idea vuelvan a preparar nuevos encuentros.
Una de las secciones fijas de los mismos era "Inéditos e inauditos", donde un poeta de Caesaraugusta era invitado para hablar acerca de un poeta de su elección que tuviera como característica el ser inédito en España, en todo o en parte de su obra, o bien encontrarse en estado "inaudito" como víctima de un prolongado olvido.
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INÉDITOS E INAUDITOS:
GABRIELE D’ANNUNZIO (1863-1938)
(…)
¿Quién es este poeta, este Gabriele D’Annunzio, figura central en la historia de la literatura italiana, cuyo nombre llevan colegios o aeropuertos italianos y que apenas es conocido hoy entre nosotros? A comienzos del siglo XX sí que fue muy leído en España, especialmente sus novelas, las cuales aún pueden hallarse a través de internet en viejas ediciones. Y recientemente, se ha reeditado una exitosa novela de la escritora mejicana Bertita Harding narrando la historia de amor de D’Annunzio con la famosa actriz Eleonora Duse, la rival de Sarah Bernhardt. (Vida de la Duse y D'Annunzio, ed. Nortesur, 2008)
Se podría hablar por tanto de su intensísima vida erótica y de su enorme lista de amantes. Pero también se le podría presentar aludiendo a cualquier faceta de su apasionante biografía, por ejemplo como aviador, o como combatiente voluntario en la Primera Guerra Mundial. Tras la contienda, él y sus excombatientes prosiguieron una lucha política de reivindicación nacionalista y revolucionaria. Se tenía la convicción de que los aliados, y en especial el Imperio Británico, le habían birlado a Italia los frutos de la victoria, tratándola como a una nación de ínfima categoría. Se podría hablar de sus difíciles relaciones con el fascismo, del que se le ha considerado inspirador, aliado, pero también severo crítico interno, conciencia disconforme del régimen de Mussolini. Nunca perteneció al partido fascista, siendo tal vez el único hombre a quien Mussolini llegó a temer, debido a su influencia en la opinión pública. Se dice que cuando el poeta murió cargado de años, y justo un año antes de la Segunda Guerra Mundial, el Duce exclamó: “¡Por fin!”.
Pero quiero hablar de la escasa distinción que hay en este autor entre su poesía y su prosa, echando un rápido vistazo al modo en que confluyen estas dos vertientes. Me centraré por tanto en la fuerza del estilo, porque más allá de las simpatías o antipatías biográficas que un poeta pueda inspirar, es la cualidad de su estilo aquello que le otorga un puesto en la historia literaria.
D’Annunzio es un puente tendido entre dos épocas, el final del siglo XIX y un comienzo del siglo XX que es acompañado del estallido de la modernidad. Su formación fue la de un hombre del XIX. Como artista, proviene de los últimos ecos del Romanticismo, del lenguaje directamente heredado de los simbolistas, y de los venenos refinados y sensuales del Decadentismo. Pero su aprendizaje de madurez, sus vivencias intelectuales y la relación que estableció entre su literatura y su época pertenecen ya plenamente al siglo XX. D’Annunzio fue fiel a cada metamorfosis del espíritu del tiempo, y su obra se transforma progresivamente y va asimilando las nuevas necesidades expresivas: pero esto no como una influencia recibida por las generaciones más jóvenes, sino por una necesidad interior concordante con las experiencias de su época convulsa y con el despliegue literario de nuevos lenguajes para un tiempo nuevo. Asimila nuevas formas a la vez que agota las antiguas por propia exhaustividad en su cultivo. Es por tanto, junto a Joyce y Proust, un escritor que revienta la escritura decimonónica desde dentro, sin llegar a pertenecer a las vanguardias históricas aunque dejando en ellas su impronta. El lenguaje dannunziano, a partir de la segunda década del siglo XX, influye de modo inesquivable en la primera y más pura vanguardia, la de Marinetti y el futurismo, y también en otro poeta poco conocido, Dino Campana. No es casual que James Joyce quisiera aprender italiano para leer a D’Annunzio en versión original, ni que los ecos del lenguaje dannunziano se hagan notar en El retrato del artista adolescente. Dublineses es un libro que tiene mucho en común con Los cuentos del río Pescara, y no es, por cierto, superior a ellos. Estos relatos de Gabriele fueron traducidos por Ángel Sánchez Gijón, recientemente fallecido (el padre de la actriz, Aitana Sánchez Gijón), y no deja de sorprender gratamente ver a un comunista traduciendo a D’Annunzio.
Cultivó todos los géneros. Poesía, novela, teatro, memorias, artículos, ensayo político, la llamada “prosa d’arte”…. Pero siempre fue poeta por encima de todo. Las virtualidades de la poesía le acompañaban incluso al escribir novela. Una vez demostrada en la juventud su pericia como narrador por medio de sus relatos y de su primera novela Il Piacere (El placer, 1889), fue avanzando hacia el romanzo-poema (novela-poema), donde la acción va reduciéndose en importancia a cambio de la exposición de un complejo entramado de sensaciones e ideas que van desarrollándose a través de un discurso lírico, donde sólo los diferentes personajes, su diverso sentir (que aporta una pluralidad de puntos de vista) y su deambular por ámbitos cargados de significados metafóricos nos recuerdan que estamos en una novela.
Pere Gimferrer ha llamado a D’Annunzio, con razón, “obseso de la palabra”. Y este obseso, poéticamente, practicó todas las formas y géneros: así los sonetos clásicos y perfectos de su serie “Las ciudades del silencio”, donde las ciudades históricas de la Toscana aparecen como en los cuadros metafísicos de Giorgio de Chirico, desprovistas de figuras, como si las propias ciudades fueran un personaje en sí mismas. También trabajó el drama en verso, como en El martirio de San Sebastián, al que puso música su amigo Claude Debussy. Llegó hasta la utilización ya moderna del verso libre, la diversidad métrica y los polirritmos en Los Laudes de la tierra, del mar, del cielo y de los héroes. Su narrativa lírica y su lenguaje poético confluyen a partir de la segunda década del siglo XX ya mencionada, en sus escritos más importantes: sus libros de memorias. En ellos alcanza en mi opinión su cumbre expresiva, y son sus creaciones más personales y fecundas. Son justamente estos libros los que no han sido publicados nunca en España y es por eso por lo que hay un D’Annunzio que está aquí hoy entre vosotros, y que se presenta en estas líneas, prácticamente inédito e inaudito.
A lo largo del siglo XX, la crítica ha constatado reiteradamente la artificial distinción que puede llegar a haber entre poesía y prosa. En un tiempo donde la lectura solitaria y en silencio de la poesía sustituye a la oralidad, la poesía conoce un nuevo ritmo y discurrir, y puede perfectamente sobrevivir en un lenguaje de prosa aparente. La poesía se despoja de todos los atavíos clásicos en una metamorfosis constante. Así, una de las obras maestras de D’Annunzio, un libro de memorias y a la vez diario de guerra titulado Nocturno, de 1921, es incluido en ocasiones dentro de sus libros de poesía. Es un libro único escrito en condiciones extraordinarias, con el autor gravemente herido en acción aérea de combate y casi ciego. Llegamos a la condensación expresiva y al vuelo de la imaginación y la analogía. Su estilo abandona el barroquismo decadentista, la profusión de subordinadas al estilo de Proust, y se torna sobrio, o como ha dicho un historiador de las letras: “enjuto y nervioso”.
A partir de 1912 comienzan a aparecer por entregas en el “Corriere della Sera” sus Faville del maglio, (Chispas del martillo), prosas de divagación y recuerdo, luego reunidas en tres tomos. En estas obras es tan poeta como en sus libros de versos.
He traducido un pasaje del primero de ellos, Il venturiero senza ventura (El aventurero sin ventura), donde hay una evocación de Miguel Ángel, de su alegoría de la Noche en las tumbas mediceas, y de la lucha de Jacob con el ángel del Señor, según el Génesis:
(De IL VENTURIERO SENZA VENTURA. Traduzco de la edición italiana de Mondadori, PROSE DI RICERCA, pags. 1132-1133 ):
“ Camino a la ventura. El olivar es para mí como un pueblo afligido y convulso. (…) Anochece. Alguien comienza de nuevo a luchar con el ángel. No Jacob sino, aquí en la proximidad de las canteras, junto a un grupo de picapedreros, quien talló el Crepúsculo, el cincelador de la Noche. Breve tiempo luchó Jacob con aquel ángel nocturno, el cual por no poder vencerlo le dislocó el hueso del muslo. Pero el Buonarroti combatió contra su ángel toda su vida, desde cada ocaso a cada amanecida. Y cada vez también a él su ángel le decía: “Déjame marchar, porque ya despunta el alba”. Y cada vez él respondía: “No te dejaré marchar, hasta que no te haya esculpido, yo a ti, tú a mí.”
Y lucha todavía. Por estos montes, por estos bosques, por estos pedregales lucha todavía. Le he visto, le veo plantando en tierra aquellos pies suyos que con las uñas salvajes agujerean la suela; y a cada sacudida le vuelan plumas celestes en torno a la frente contraída.
Si la lucha es arte, el arte es lucha. Lo sé. Me complace sufrir tanto. Y si él me viese me amaría. Lo veo. Cierro aún los ojos. Me detengo todavía. Me aprieto contra un olivo descarnado y nervudo como el luchador. Jadeo y sufro como él. “¿Cuál es tu nombre? Declárame tu nombre”. Oír más allá, ver más allá, son los indicios de mi enfermedad inmortal.
“En tu pecho secreto acoge almas reencendidas por el ardor de la vida”.”
GABRIELE D’ANNUNZIO (1863-1938)
(…)
¿Quién es este poeta, este Gabriele D’Annunzio, figura central en la historia de la literatura italiana, cuyo nombre llevan colegios o aeropuertos italianos y que apenas es conocido hoy entre nosotros? A comienzos del siglo XX sí que fue muy leído en España, especialmente sus novelas, las cuales aún pueden hallarse a través de internet en viejas ediciones. Y recientemente, se ha reeditado una exitosa novela de la escritora mejicana Bertita Harding narrando la historia de amor de D’Annunzio con la famosa actriz Eleonora Duse, la rival de Sarah Bernhardt. (Vida de la Duse y D'Annunzio, ed. Nortesur, 2008)
Se podría hablar por tanto de su intensísima vida erótica y de su enorme lista de amantes. Pero también se le podría presentar aludiendo a cualquier faceta de su apasionante biografía, por ejemplo como aviador, o como combatiente voluntario en la Primera Guerra Mundial. Tras la contienda, él y sus excombatientes prosiguieron una lucha política de reivindicación nacionalista y revolucionaria. Se tenía la convicción de que los aliados, y en especial el Imperio Británico, le habían birlado a Italia los frutos de la victoria, tratándola como a una nación de ínfima categoría. Se podría hablar de sus difíciles relaciones con el fascismo, del que se le ha considerado inspirador, aliado, pero también severo crítico interno, conciencia disconforme del régimen de Mussolini. Nunca perteneció al partido fascista, siendo tal vez el único hombre a quien Mussolini llegó a temer, debido a su influencia en la opinión pública. Se dice que cuando el poeta murió cargado de años, y justo un año antes de la Segunda Guerra Mundial, el Duce exclamó: “¡Por fin!”.
Pero quiero hablar de la escasa distinción que hay en este autor entre su poesía y su prosa, echando un rápido vistazo al modo en que confluyen estas dos vertientes. Me centraré por tanto en la fuerza del estilo, porque más allá de las simpatías o antipatías biográficas que un poeta pueda inspirar, es la cualidad de su estilo aquello que le otorga un puesto en la historia literaria.
D’Annunzio es un puente tendido entre dos épocas, el final del siglo XIX y un comienzo del siglo XX que es acompañado del estallido de la modernidad. Su formación fue la de un hombre del XIX. Como artista, proviene de los últimos ecos del Romanticismo, del lenguaje directamente heredado de los simbolistas, y de los venenos refinados y sensuales del Decadentismo. Pero su aprendizaje de madurez, sus vivencias intelectuales y la relación que estableció entre su literatura y su época pertenecen ya plenamente al siglo XX. D’Annunzio fue fiel a cada metamorfosis del espíritu del tiempo, y su obra se transforma progresivamente y va asimilando las nuevas necesidades expresivas: pero esto no como una influencia recibida por las generaciones más jóvenes, sino por una necesidad interior concordante con las experiencias de su época convulsa y con el despliegue literario de nuevos lenguajes para un tiempo nuevo. Asimila nuevas formas a la vez que agota las antiguas por propia exhaustividad en su cultivo. Es por tanto, junto a Joyce y Proust, un escritor que revienta la escritura decimonónica desde dentro, sin llegar a pertenecer a las vanguardias históricas aunque dejando en ellas su impronta. El lenguaje dannunziano, a partir de la segunda década del siglo XX, influye de modo inesquivable en la primera y más pura vanguardia, la de Marinetti y el futurismo, y también en otro poeta poco conocido, Dino Campana. No es casual que James Joyce quisiera aprender italiano para leer a D’Annunzio en versión original, ni que los ecos del lenguaje dannunziano se hagan notar en El retrato del artista adolescente. Dublineses es un libro que tiene mucho en común con Los cuentos del río Pescara, y no es, por cierto, superior a ellos. Estos relatos de Gabriele fueron traducidos por Ángel Sánchez Gijón, recientemente fallecido (el padre de la actriz, Aitana Sánchez Gijón), y no deja de sorprender gratamente ver a un comunista traduciendo a D’Annunzio.
Cultivó todos los géneros. Poesía, novela, teatro, memorias, artículos, ensayo político, la llamada “prosa d’arte”…. Pero siempre fue poeta por encima de todo. Las virtualidades de la poesía le acompañaban incluso al escribir novela. Una vez demostrada en la juventud su pericia como narrador por medio de sus relatos y de su primera novela Il Piacere (El placer, 1889), fue avanzando hacia el romanzo-poema (novela-poema), donde la acción va reduciéndose en importancia a cambio de la exposición de un complejo entramado de sensaciones e ideas que van desarrollándose a través de un discurso lírico, donde sólo los diferentes personajes, su diverso sentir (que aporta una pluralidad de puntos de vista) y su deambular por ámbitos cargados de significados metafóricos nos recuerdan que estamos en una novela.
Pere Gimferrer ha llamado a D’Annunzio, con razón, “obseso de la palabra”. Y este obseso, poéticamente, practicó todas las formas y géneros: así los sonetos clásicos y perfectos de su serie “Las ciudades del silencio”, donde las ciudades históricas de la Toscana aparecen como en los cuadros metafísicos de Giorgio de Chirico, desprovistas de figuras, como si las propias ciudades fueran un personaje en sí mismas. También trabajó el drama en verso, como en El martirio de San Sebastián, al que puso música su amigo Claude Debussy. Llegó hasta la utilización ya moderna del verso libre, la diversidad métrica y los polirritmos en Los Laudes de la tierra, del mar, del cielo y de los héroes. Su narrativa lírica y su lenguaje poético confluyen a partir de la segunda década del siglo XX ya mencionada, en sus escritos más importantes: sus libros de memorias. En ellos alcanza en mi opinión su cumbre expresiva, y son sus creaciones más personales y fecundas. Son justamente estos libros los que no han sido publicados nunca en España y es por eso por lo que hay un D’Annunzio que está aquí hoy entre vosotros, y que se presenta en estas líneas, prácticamente inédito e inaudito.
A lo largo del siglo XX, la crítica ha constatado reiteradamente la artificial distinción que puede llegar a haber entre poesía y prosa. En un tiempo donde la lectura solitaria y en silencio de la poesía sustituye a la oralidad, la poesía conoce un nuevo ritmo y discurrir, y puede perfectamente sobrevivir en un lenguaje de prosa aparente. La poesía se despoja de todos los atavíos clásicos en una metamorfosis constante. Así, una de las obras maestras de D’Annunzio, un libro de memorias y a la vez diario de guerra titulado Nocturno, de 1921, es incluido en ocasiones dentro de sus libros de poesía. Es un libro único escrito en condiciones extraordinarias, con el autor gravemente herido en acción aérea de combate y casi ciego. Llegamos a la condensación expresiva y al vuelo de la imaginación y la analogía. Su estilo abandona el barroquismo decadentista, la profusión de subordinadas al estilo de Proust, y se torna sobrio, o como ha dicho un historiador de las letras: “enjuto y nervioso”.
A partir de 1912 comienzan a aparecer por entregas en el “Corriere della Sera” sus Faville del maglio, (Chispas del martillo), prosas de divagación y recuerdo, luego reunidas en tres tomos. En estas obras es tan poeta como en sus libros de versos.
He traducido un pasaje del primero de ellos, Il venturiero senza ventura (El aventurero sin ventura), donde hay una evocación de Miguel Ángel, de su alegoría de la Noche en las tumbas mediceas, y de la lucha de Jacob con el ángel del Señor, según el Génesis:
(De IL VENTURIERO SENZA VENTURA. Traduzco de la edición italiana de Mondadori, PROSE DI RICERCA, pags. 1132-1133 ):
“ Camino a la ventura. El olivar es para mí como un pueblo afligido y convulso. (…) Anochece. Alguien comienza de nuevo a luchar con el ángel. No Jacob sino, aquí en la proximidad de las canteras, junto a un grupo de picapedreros, quien talló el Crepúsculo, el cincelador de la Noche. Breve tiempo luchó Jacob con aquel ángel nocturno, el cual por no poder vencerlo le dislocó el hueso del muslo. Pero el Buonarroti combatió contra su ángel toda su vida, desde cada ocaso a cada amanecida. Y cada vez también a él su ángel le decía: “Déjame marchar, porque ya despunta el alba”. Y cada vez él respondía: “No te dejaré marchar, hasta que no te haya esculpido, yo a ti, tú a mí.”
Y lucha todavía. Por estos montes, por estos bosques, por estos pedregales lucha todavía. Le he visto, le veo plantando en tierra aquellos pies suyos que con las uñas salvajes agujerean la suela; y a cada sacudida le vuelan plumas celestes en torno a la frente contraída.
Si la lucha es arte, el arte es lucha. Lo sé. Me complace sufrir tanto. Y si él me viese me amaría. Lo veo. Cierro aún los ojos. Me detengo todavía. Me aprieto contra un olivo descarnado y nervudo como el luchador. Jadeo y sufro como él. “¿Cuál es tu nombre? Declárame tu nombre”. Oír más allá, ver más allá, son los indicios de mi enfermedad inmortal.
“En tu pecho secreto acoge almas reencendidas por el ardor de la vida”.”
(La Noche, de Miguel Ángel)
En su vejez, D’Annunzio aspira ya a la escritura total, más allá de los géneros. Un ejemplo de ello es su último libro, Las 100 y 100 y 100 y 100 páginas del libro secreto de Gabriele D’Annunzio tentado de morir (1935), más conocido simplemente como El libro secreto. Un libro que lo mismo podía tener 400 páginas que mil. Un estilo que no se configura en torno a un plan, una voz que comienza a cantar y no se detiene, extendiendo variaciones amplias y arabescos insólitos. Un estilo, por tanto, que evoca lo infinito y parece compartir algo de él. Por ello no es de extrañar que su discurso divagante y sin límites, multiforme, cristalice en ocasiones en verso clásico de forma natural, y que aparezcan incrustados poemas oscuros y sibilinos que recuerdan a los poemas de la última etapa de Hölderlin, en sus años de locura. La prosa puede pasar al verso, en hexámetros medidos clásicamente, con total fluidez, como prolongación lógica… y con la misma naturalidad vuelve luego a entonar su ritmo irregular y fluctuante. En El libro secreto hay varios de estos poemas, todos con el mismo título de NOCTIVAGUM MELOS, esto es, melodía “noctívaga” o sonámbula…
NOCTIVAGVM MELOS.
Non so. non chiedo. non indago l'ombra.
Nulla è di qua, nulla è di là dal velo.
La menzogna è la druda dell'oblio.
Nell 'antitempio è il traffico del dio.
Ogni prece è un mezz'òbolo di cielo.
Supino sul mio letto vilipeso,
figura di bassissimo rilievo,
occupo l'arca che non ha coperchio.
Nessun asceta infondo al suo deserto
seppe scarnirsi mai come scarnire
io mi seppi. non ho nulla soverchio:
non la cera pe' moccoli. non peso
nelle braccia di quelli che, se degni
di me, non piangeranno. eccomi illeso
tra l'alba prima e la non prima morte.
Come ho l'odio e l'amore della sorte
ho in dispregio il passato e I 'avvenire.
Se tra l'odio e l'amore della sorte
io senza fede vivo e senza tema,
'pulvis et umbra', polvere non ombra,
aridità che dona e non iscema,
perché m'è l'alba imagine di morte?
L'una e l'altra mi sono arte del cielo?
È di entrambe misura la mia fronte?
L'estremo sonno mi consacra a Delo:
della mia compiutezza è statuario.
Non vena di carrara, non di pario
non alabastro, non cristal di monte:
una sostanza di vivente gelo.
L'alba fuga il mio mito antelucano.
Pur mi sovviene di quell'istmo arcano,
senza pentathlo, senza aganoteti,
senza la numerosa ode e l'uliva
umiliate al giocator di pugna,
dov'io solo cantai me stesso invitto.
Se incluye aquí una evocación de los juegos olímpicos y píticos de la Antigüedad, con el recuerdo de la figura del agonotetis (árbitro sacral de los juegos), de las odas de Píndaro y de las coronas de olivo silvestre concedidas a los atletas vencedores.
En su vejez, D’Annunzio aspira ya a la escritura total, más allá de los géneros. Un ejemplo de ello es su último libro, Las 100 y 100 y 100 y 100 páginas del libro secreto de Gabriele D’Annunzio tentado de morir (1935), más conocido simplemente como El libro secreto. Un libro que lo mismo podía tener 400 páginas que mil. Un estilo que no se configura en torno a un plan, una voz que comienza a cantar y no se detiene, extendiendo variaciones amplias y arabescos insólitos. Un estilo, por tanto, que evoca lo infinito y parece compartir algo de él. Por ello no es de extrañar que su discurso divagante y sin límites, multiforme, cristalice en ocasiones en verso clásico de forma natural, y que aparezcan incrustados poemas oscuros y sibilinos que recuerdan a los poemas de la última etapa de Hölderlin, en sus años de locura. La prosa puede pasar al verso, en hexámetros medidos clásicamente, con total fluidez, como prolongación lógica… y con la misma naturalidad vuelve luego a entonar su ritmo irregular y fluctuante. En El libro secreto hay varios de estos poemas, todos con el mismo título de NOCTIVAGUM MELOS, esto es, melodía “noctívaga” o sonámbula…
NOCTIVAGVM MELOS.
Non so. non chiedo. non indago l'ombra.
Nulla è di qua, nulla è di là dal velo.
La menzogna è la druda dell'oblio.
Nell 'antitempio è il traffico del dio.
Ogni prece è un mezz'òbolo di cielo.
Supino sul mio letto vilipeso,
figura di bassissimo rilievo,
occupo l'arca che non ha coperchio.
Nessun asceta infondo al suo deserto
seppe scarnirsi mai come scarnire
io mi seppi. non ho nulla soverchio:
non la cera pe' moccoli. non peso
nelle braccia di quelli che, se degni
di me, non piangeranno. eccomi illeso
tra l'alba prima e la non prima morte.
Come ho l'odio e l'amore della sorte
ho in dispregio il passato e I 'avvenire.
Se tra l'odio e l'amore della sorte
io senza fede vivo e senza tema,
'pulvis et umbra', polvere non ombra,
aridità che dona e non iscema,
perché m'è l'alba imagine di morte?
L'una e l'altra mi sono arte del cielo?
È di entrambe misura la mia fronte?
L'estremo sonno mi consacra a Delo:
della mia compiutezza è statuario.
Non vena di carrara, non di pario
non alabastro, non cristal di monte:
una sostanza di vivente gelo.
L'alba fuga il mio mito antelucano.
Pur mi sovviene di quell'istmo arcano,
senza pentathlo, senza aganoteti,
senza la numerosa ode e l'uliva
umiliate al giocator di pugna,
dov'io solo cantai me stesso invitto.
Se incluye aquí una evocación de los juegos olímpicos y píticos de la Antigüedad, con el recuerdo de la figura del agonotetis (árbitro sacral de los juegos), de las odas de Píndaro y de las coronas de olivo silvestre concedidas a los atletas vencedores.
(Traducción de Julio Gómez de la Serna, el hermano de Ramón, aparecida en México, con algunas correcciones y retoques míos):
NOCTIVAGVM MELOS.
No sé. No pregunto. No indago la sombra.
Nada hacia acá, nada hacia allá del velo.
La mentira es la concubina del olvido.
En el atrio del templo está el comercio del dios.
Toda plegaria es medio óbolo de cielo.
Tumbado sobre mi lecho vilipendiado,
figura de bajísimo relieve,
ocupo la tumba sin tapa.
Ningún asceta en el fondo de su desierto
supo enflaquecer nunca como yo
supe enflaquecer. No tengo tapa alguna:
ni la cera para los cabos. No peso
en los brazos de los que, aunque dignos
de mí, no llorarán. Heme aquí ileso
entre el alba primera y la no primera muerte.
Así como el odio y el amor del destino,
siento desprecio por el pasado y el porvenir.
Si entre el odio y el amor del destino,
yo sin fe vivo y sin temor,
“pulvis et umbra”, polvo, no sombra,
sequedad que da y que no mengua,
¿por qué es para mí el alba imagen de muerte?
¿la una y la otra son para mí arte del cielo?
¿Y es medida por ambas mi frente?
El sueño extremo me consagra a Delos;
es el estatuario de mi perfección.
Ni vena de Carrara, ni de Paros;
ni alabastro ni cristal de roca:
una substancia de viviente hielo.
El alba huye de mi mito antelucano.
Aunque recuerdo aquel istmo arcano,
sin pentathlon y sin agonotetis,
sin la numerosa oda y la oliva
humilladas al jugador de lucha,
donde yo sólo me cantaré a mí mismo, invicto.
NOCTIVAGVM MELOS.
No sé. No pregunto. No indago la sombra.
Nada hacia acá, nada hacia allá del velo.
La mentira es la concubina del olvido.
En el atrio del templo está el comercio del dios.
Toda plegaria es medio óbolo de cielo.
Tumbado sobre mi lecho vilipendiado,
figura de bajísimo relieve,
ocupo la tumba sin tapa.
Ningún asceta en el fondo de su desierto
supo enflaquecer nunca como yo
supe enflaquecer. No tengo tapa alguna:
ni la cera para los cabos. No peso
en los brazos de los que, aunque dignos
de mí, no llorarán. Heme aquí ileso
entre el alba primera y la no primera muerte.
Así como el odio y el amor del destino,
siento desprecio por el pasado y el porvenir.
Si entre el odio y el amor del destino,
yo sin fe vivo y sin temor,
“pulvis et umbra”, polvo, no sombra,
sequedad que da y que no mengua,
¿por qué es para mí el alba imagen de muerte?
¿la una y la otra son para mí arte del cielo?
¿Y es medida por ambas mi frente?
El sueño extremo me consagra a Delos;
es el estatuario de mi perfección.
Ni vena de Carrara, ni de Paros;
ni alabastro ni cristal de roca:
una substancia de viviente hielo.
El alba huye de mi mito antelucano.
Aunque recuerdo aquel istmo arcano,
sin pentathlon y sin agonotetis,
sin la numerosa oda y la oliva
humilladas al jugador de lucha,
donde yo sólo me cantaré a mí mismo, invicto.
1 comentario:
Bueno, pues no está de más que alguien se acuerde de D'Annunzio y nos informe a los demás, y encima proporcione hasta algún que otro texto suyo (como debe ser: lo que pasa es que es muy usual que los memos hablen sólo de la persona que escribe, privándonos de los textos y haciendo, en suma fetichismo barato).
Así que gracias.
Quidam Lector
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