domingo, 8 de marzo de 2009

Alphonse de Lamartine

“¡Oh valles paternales!, dulces campos, humilde cabaña,
en las orillas de los bosques suspendidos de las colinas,
donde el humilde techo, oculto bajo manojos de hiedra
semeja un nido bajo las ramas;

césped interrumpido por arroyos y umbrías,
umbral antiguo donde mi padre, adorado como un rey,
contaba sus ópimos rebaños volviendo de los pastos.
¡Abridme!, ¡abridme!, soy yo.

He ahí del dios de los campos la rústica demora.
Oigo el bronce estremecido en la cumbre de sus torres,
parece que en el aire una voz que me llora
me reclama hacia mis primeros días.

Sí, vuelvo a ti, cuna de mi infancia,
para abrazar por siempre tu hogar protector:
lejos de mí las ciudades y su vana opulencia,
¡yo he nacido entre los pastores!
[...]
y después, exiliado de estos dulces retiros,
como un vaso impregnado de un primer aroma,
siempre lejos de las ciudades sus secretas delicias
arrastraban mis ojos y mi corazón.
[...]
Reconoced mis pasos, dulces hierbas sobre las que camino,
árboles que en mis juegos afrentaba antaño,
y tú que, lejos de mí, te ocultas a la multitud,
triste eco, responde a mi voz.

No vengo a arrastrar, en nuestros risueños asilos,
los lamentos del pasado, los sueños del futuro,
vengo aquí a vivir; y recostado bajo vuestros fértiles doseles,
arbitrar mi reposo oscuro.

Despertarse, puro el corazón, al despuntar la aurora,
para bendecir, en la mañana, al dios que hace los días,
ver las flores del valle bajo el rocío abrirse
como para festejar su retorno...
[...]

LAMARTINE: “Les preludes”, de Nouvelles Méditations
(Traducción de Ángel Sobreviela).

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