viernes, 19 de febrero de 2010

Clark Ashton Smith, el brujo olvidado ( II )


(The Nameless Entity, por C.A.S.)

3. Estilo

Nada resulta tópico en los relatos de Smith. Nada veremos de cuanto imitadores y epígonos han convertido en lamentable lugar común repitiendo esquemas y explotando las visiones de un par o dos pares de maestros. Clark Ashton Smith no tuvo seguidores ni tampoco demasiados lectores. Es el más escalofriante de los callejones sin salida de la literatura fantástica junto al genial Alfred Kubin.
No es sólo un acierto de Lin Carter, el primer editor conjunto del ciclo de Zothique, sino una necesidad estética, el hecho de que la primera narración que invada la mente del lector nada más abrir el libro sea la titulada “Xeethra”. Este texto da el tono y sitúa nuestra imaginación en el punto donde se disipan todas las coordenadas. Asistimos en estas páginas iniciales a una fuga psicogénica donde la personalidad de dos personajes diferentes se superpone una a la otra alternativamente ¿A qué fantasmagoría estamos asistiendo? Cuanto se nos relata en esa historia tiene lugar en la fantasía de un personaje, pero no alcanzamos a verificar si se trata de un vagabundo que sueña con ser un rey o un rey que sueña con la posibilidad (en parte acariciada) de ser un indigente sin patria.
En los mundos de Clark Ashton Smith no existe la firme seguridad ética y metafísica de Tolkien, tan primorosamente construida y descrita. Los horrores sobrenaturales no poseen la alteridad totalmente desprendida de lo conocido que Lovecraft analiza y, en ocasiones, incluso describe científicamente: muy al contrario, los terrores inhumanos son, pese a todo, alarmantemente humanos, teñidos con toda la turbiedad de las flaquezas y fealdades que manchan la naturaleza humana.
La narrativa de Smith bloquea constantemente la identificación emocional del lector con lo que está leyendo. La distancia es infranqueable y angustiosa. Aquí no hay un héroe espada en mano al que seguir a través de peligros y regiones desafiantes, ni existe la seguridad que proporciona el tono narrativo heroico. Difícilmente un lector podrá o querrá identificarse con los protagonistas de Smith, que suelen ser pérfidos y maliciosos, o bien seres bufonescos e imperfectos, Calibanes que fracasan estrepitosamente en sus apuros y trabajos cuando no padecen un final catastrófico, horrible y sin gloria (“El tejedor de la tumba” es dolorosamente ejemplar en este sentido). La linealidad de la narración de aventuras resulta también anulada. De este modo, su obra se aleja de los planteamientos que forjó su amigo Robert E. Howard, creador de Conan el bárbaro, y que tanta fortuna posterior han tenido, en especial para ser imitados.

Ashton Smith es un consumado estilista, autor de una prosa muy superior a la de sus amigos Howard y Lovecraft. Le asiste el fino humor, la intensidad poética en la expresión y en la cadencia de su fraseo, el sentido de la fría distancia emocional frente a sus historias y personajes, la dosificación hábil y cruel de la información, y la sólida construcción interna de cada relato (funcionando a un ritmo milimétrico). Y por encima de todo, la imaginación siempre variada y nunca igual a sí misma de sus argumentos, jamás repetitivos. Destaca también por la originalidad de su imaginería: los decorados, vestuarios, objetos, simbología… todo ello dotado de un realismo embelesante. Somos conscientes de que cada elemento de los escenarios, cada utensilio mencionado, son algo próximo y cotidiano para los personajes: tienen las huellas del uso. Y el autor jamás se abandona a una fácil confianza en la inercia del lector, en todo cuanto éste puede dar como supuesto a partir de lecturas semejantes.

La construcción de ambientes recurre a la fijación emocional de sensaciones fuertemente visuales e incluso táctiles:

“El edificio estaba construido en una piedra extraña, del tono púrpura
negruzco de la podredumbre carnal, una piedra que rehuía el ardiente brillo del mediodía y la prodigalidad de la aurora o la gloria del ocaso. Era bajo y no tenía ventanas, en la forma de un mausoleo monstruoso. Sus puertas bostezaban sepulcralmente en la penumbra de los cedros.”
(El dios de los muertos)

Apenas existe el locus amoenus, y todo reviste el mismo matiz ominoso. Así es descrita la casa-ermita de huesos donde habita el simpático y moralista anacoreta Sabmón:

“Durante dos generaciones había vivido solo en una curiosa casa al borde del desierto septentrional de Tasuun: una casa cuyo suelo y paredes estaban construidos con grandes huesos más pequeños de perros salvajes, hombres y hienas.
Estas reliquias óseas, escogidas por su blancura y simetría, estaban unidas
estrechamente por correas bien curtidas y encajaban unas en otras maravillosamente, sin dejar ni un espacio por donde pudiese penetrar la arena transportada por el viento. Esta casa era el orgullo de Sabmón, que la barría diariamente con una escoba de cabello de momia, hasta que brillaba tan inmaculada como el marfil bruñido, tanto por dentro como por fuera.”
(La magia de Ulúa)


Sus decorados son siempre agitados y dramáticos. Nunca producen la impresión de lo prefabricado y siempre dan que pensar, sembrando la sospecha de ocultar trasfondos inimaginables. En tales ambientaciones han acaecido muchas cosas, ha quedado la huella de su tiempo propio, que Smith sabe hacer llegar a su lector, dotándolas de una rotunda realidad dentro de su inverosimilitud:

“Pronto llegó ante el gigantesco cráneo de una increíble criatura, que
reposaba sobre el suelo con órbitas que miraban hacia arriba; detrás del
cráneo se hallaba el apilado esqueleto del monstruo, bloqueando
completamente el paso. Sus costillas estaban semiincrustadas en las
estrechas paredes, como si se hubiese arrastrado hasta allí y hubiese muerto
en la oscuridad, incapaz de retirarse o de seguir adelante.”
(El último jerogífico)


Y más adelante, en el mismo relato, un giro expresivo crea una naturaleza propia en el decorado, respondiendo tal vez a una lógica arquitectural desconocida y una voluntad oculta no descifrada en la trama:

“La casa era un lugar de largos salones vacíos, tortuosos como los pliegues de una concha marina.”

La verosimilitud aludida desciende hasta los detalles estremecedores, resaltando lo vívido de cada pesadilla brotada de la insania de Zothique. Así, cuando tras ser sometido a tormento, el enflaquecido protagonista de “La isla de los torturadores” ve cómo su verdugo le despoja de su anillo:

“El anillo se desprendió fácilmente del arrugado dedo”.

La poderosa imaginación del narrador se proyecta hacia la descripción de estados psicológicos imposibles. ¿Cómo piensa un monstruo o un insecto? ¿Y cómo puede sentirse un ser devuelto a la vida y que arrastra de nuevo su cadáver sin voluntad por el mundo? En una de las mejores piezas de Zothique, “El imperio de los nigromantes”, los dos oportunistas y ambiciosos hechiceros que lo protagonizan se servirán de los muertos redivivos para prosperar. Expulsados como judíos errantes de ciudad en ciudad, comienzan por resucitar los esqueletos de unos caballos y el de un hombre en el desierto: éste será su primer servidor. Las osamentas de los caballos les servirán de monturas para llegar a la capital del reino muerto en el que se cebarán sus ambiciones:

“Los instrumentos de cuerda eran tañidos para su deleite por las
macilentas manos de emperatrices de dorado cabello que habían salido sin
mácula de la noche de las tumbas. A las más hermosas, a las que la peste y
los gusanos no habían estropeado demasiado, las tomaron como amantes y
las obligaron a complacerles en su necrofílica lujuria.”
(El imperio de los nigromantes)

(Los nefastos Mmatmuor y Sodosma, seguidos por su séquito de muertos-esclavos, llegan a su futuro hogar en la ilustración de esta bella cubierta para Zothique)


Allí es devuelto al aire vivo un desdichado príncipe:

“El último y más joven de los emperadores de Nimboth era Illeiro, que murió durante el primer mes de la plaga y había descansado en su gigantesco mausoleo durante doscientos años antes de la llegada de los nigromantes.”

El cual contempla cómo su real familia es convertida en séquito de esclavos:

“Día tras día, como copero en los salones donde anteriormente había
gobernado, Illeiro veía las hazañas de Mmatmuor y Sodosma. Vio sus
caprichos crueles y lujuriosos, su creciente ebriedad y glotonería. Los vio
revolcarse en su lujuria necrofílica y volverse toscos y rudos con la indolencia y la indulgencia. Descuidaron el estudio de su arte y se olvidaron de muchos de los conjuros; pero todavía gobernaban, poderosos y formidables, y recostados sobre cojines púrpura y rosas planeaban llevar un ejército de los muertos contra Tinarath.
Soñando con la conquista y con mayores hechicerías, se volvieron gordos y
repugnantes como gusanos que se han instalado sobre unos restos ricos en
corrupción.”


Pero el punto álgido del cuento lo constituyen estas líneas memorables, que ilustran la condición de esta infortunada y perversa versión de Lázaro:

“Obligado con su gente y con sus padres a servir a los tiranos, Illeiro
reanudó el vacío de la existencia sin hacerse preguntas y no había sentido
sorpresa. Aceptó su propia resurrección y la de sus antepasados como se
aceptan las indignidades y maravillas de un sueño. Sabía que había vuelto a
un sol descolorido, a un mundo hueco y espectral, a un orden de cosas en los que su lugar era simplemente el de una sombra obediente. Pero al principio sólo le preocupaba, como a los demás, un vago cansancio y una indefinida necesidad del olvido perdido.”



La capacidad de sugerencias metafóricas que encierran sus moralejas propias no declaradas, no es ajena a estos relatos. Cuando el atribulado rey Euvorán se encuentra encerrado en una gran jaula como un ave, prisionero de las Aves parlantes, se señala:

“Así pasó la tarde, bajando hacia el mar, y el sol tocó a Euvorán con sus
parejos rayos y coloreó los barrotes de la jaula con una imitación del oro.”
(El viaje del rey Euvorán)


En este mismo relato, obra maestra de lo grotesco, hallamos una de las escenas más asombrosas en cuanto a invención fantástica que puedan leerse. Euvorán logra apuñalar al búho gigante que le sirve de centinela y salir de su encierro.

“De nuevo fue presa de la desesperación, pero siendo de naturaleza astuta
y resuelta, Euvorán pensó en otro plan. Con mucho trabajo y utilizando la
daga, despellejó al enorme nictálope y limpió la sangre de su plumaje lo mejor que pudo. Después se envolvió en la piel, con la cabeza del nictálope sobre su propia cabeza y unos agujeros para los ojos en la garganta por los que pudiese mirar entre las plumas. La piel se le ajustaba bastante bien a causa de su pecho saliente, y su barriga y sus delgadas canillas eran ocultadas tras las pesadas canillas del pájaro cuando caminaba.”


Es de sospechar que pocos momentos del género “fantasy” podrán ser comparables a este momento en el que Euvorán escapa de su jaula en esta hilarante y a la vez bellísima fuga, con el patético rey bajando de puntillas la gran escalinata y pasando entre sus plumíferos captores dormidos y encaramados en sus perchas, a diferentes alturas. Tiene lugar aquí uno de esos privilegiados instantes de la literatura en el que la ocurrencia de la imaginación es respondida de forma inmediata, eléctrica, por el regocijo absoluto del lector, aunándose razón, lógica, maravilla y comicidad.


No hay cronología fija ni finalidad última para este mundo, ni sentido oculto en su acontecer. El último relato del tomo, “El viaje del rey Euvorán”, declaradamente antiheroico y que sorprende por su refinada comicidad tras el tono sombrío de las narraciones previas, concluye con un rey que se pierde irremediablemente lejos de su reino, viéndose obligado a iniciar una nueva vida de mediocre simplicidad casi al otro lado del mundo, donde en ningún momento aguardaba la gloria al final del viaje. Este colofón y despedida final del libro, desdramatiza el conjunto y relativiza burlonamente el tremendismo de todo lo leído.

Si la violencia, la falta de seguridad trascendente y la crudeza de los argumentos y de la exposición de los hechos definen lo que se ha venido en llamar “fantasía oscura”, entonces la de Clark Ashton Smith es una fantasía negra, negrísima. Sus argumentos abundan en todo lo más hiriente para la sensibilidad: necrofilias varias, putrefacción, claustrofobias, dolor físico, traiciones, callejones sin salida… no hay en ello delectación morbosa sino un cinismo atravesado por el puñal de la amargura, el desencanto frente a todo lo humano.

(Inhabitante de Sithakkaloth)
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NOTA: aunque lamentablemente la obra de este escritor sea difícil de conseguir en nuestro idioma como papel impreso, debe mencionarse que sí es posible acceder a ella gracias a internet y a los formatos electrónicos que algunos admiradores de estos libros han tenido la feliz idea de propagar por la red. Con una sencilla búsqueda internáutica es posible hacerse con el libro Zothique en PDF. De este PDF, que circula por más de una web, se han extraído los textos antologados. Corresponden a la traducción de EDAF de 1978.
Para quien sólo desee un primer acercamiento a la obra del californiano, yo recomendaría tres de sus relatos:

“Nigromancia en Naat”:
http://elbardodelsigloxxi.blogspot.com/2009/11/los-cuentos-de-zothique-nigromancia-en.html

“El imperio de los nigromantes”:

http://elbardodelsigloxxi.blogspot.com/2009/11/los-cuentos-de-zothique-el-imperio-de.html

y “El tejedor de la tumba”:

http://elbardodelsigloxxi.blogspot.com/2009/11/los-cuentos-de-zothique-el-tejedor-de.html


(“Sin nadie que contemplase la gloria de su tejido, con la oscuridad antes y después, el Tejedor hiló la red final en la tumba de Tnepreez.”)


Aparte de los relatos de Zothique, existe una magnífica página web dedicada a Ashton Smith con una amplia sección en español. En esta sección el internauta arribará a una variada multitud de relatos de su autor, correspondientes a diversos ciclos y mundos (47 narraciones nada menos) y una valiosa selección de su mejor poesía (28 poemas), además de documentos raros como su sentida necrológica para Lovecraft. También incluye amplísimas galerías de fotos con las esculturas y dibujos de Smith, ilustraciones de otros artistas inspirados por su obra, fotos familiares del escritor y una selección de portadas de sus obras editadas en varios idiomas. Todo ello, en especial sus poemas, suponen algo muy difícil de encontrar si no es en internet:

http://www.eldritchdark.com/

http://www.eldritchdark.com/writings/translations/spanish/


(El elusivo Clark)



(Aspiración)

1 comentario:

Lola dijo...

Curioso que al leer el nombre de Xeethra me halla llegado a la memoria ese recuerdo agridulce de una lectura lejana. Es sin duda un relato que cala y deja huella.
Muy bien ilustrado tu ensayo, precisando las coordenadas que definen al autor como visionario, auténtico chamán literario.
Me ha gustado especialmente la parte en que expresas la ausencia de identificación del lector con los protagonistas de los cuentos, es un punto que me agrada precisamente porque permite acceder a las imágenes y el discurrir de las historias como si tuviéramos el privilegio de espiarlas por el ojo de una cerradura, o disfrutar de un bebedizo psicoactivo pudiendo controlarlo.
Excelente exposición, Angel. Enhorabuena por resucitar libros que no debieran permanecer dormidos.
Gracias y un abrazo.