domingo, 27 de septiembre de 2009

LA CIUDAD de Ernst Von Salomon (y la nuestra)

(Von Salomon a los doce años, en la escuela de cadetes)

Ernst Von Salomon publicó su novela DIE STADT (La Ciudad) en 1932. Un monumental retrato del Berlín de entreguerras, espejo gigante de una nación postrada, hundida en la crisis económica y moral.
En este grueso libro, una mirada serena y severa reúne todos los fenómenos y personajes de aquellos años, el inmenso escenario y las figuritas que sufriendo y sucumbiendo lo pueblan: la revuelta de los campesinos nacionalistas de la región de Schleswig-Holstein, las depredaciones del tratado de Versalles, la miseria acumulándose sobre los hombros del pueblo, los intelectuales judíos liberales, las incursiones de las SA, las manifestaciones y algaradas comunistas, las calles en llamas, las celdas, los cabarets, los círculos de artistas bohemios, las buhardillas de los pintores, las modelos de los pintores, las almas perdidas en busca de respuestas siempre aplazadas… y sobre unos y otros, marcándolos a todos con el sello de las víctimas, una asfixiante techumbre de amargura.
Lamentablemente, esta gran novela de ideas no ha sido nunca publicada en castellano.
Traduzco según la edición francesa de la editorial Gallimard, (Collection L’Imaginaire), de 1986, pp.94-95:


“Ive no había temido jamás la soledad, pero en ninguna parte, ni siquiera en el frente durante la Gran Guerra, ni siquiera en su celda, había tenido ésta un carácter tan brutal, tan descorazonador como en la ciudad. Allí la soledad reinaba con exclusividad, era omnipresente. (…)

A menudo, en el curso de sus paseos nocturnos, se detenía ante los edificios de su barrio leyendo las innumerables placas que indicaban los nombres y la ocupación diaria de los inquilinos. Y descubrió que apenas existía un estado en la vida en el que aún no hubiera nada que perder: resultaba necesario que la pobreza pudiera siempre esconderse detrás de un oficio, pues de otra manera ¿cómo podrían si no todas las fortalezas de la miseria estar repletas hasta el techo de hombres que vivían en la loca ficción de una profesión, que vivían, que trabajaban, comían y engendraban?... ¿que vivían de un azar que habían encontrado en el camino y al cual se aferraban, sabiendo que era lo único que les permitía guardar las apariencias burguesas? Astrólogos y cazadores de ratas, agentes de todo y de nada, mercaderes de cabelleras y peluqueros de perros, cantantes ambulantes y buhoneros, hombres honestos sin esperanzas de éxito, que no tenían nada que perder y que a causa de esto no podían arriesgar nada excepto la conmovedora consciencia de ser muy útiles y la certeza de haber sido creados para algo completamente diferente.
Le sucedió también a Ive el ser arrebatado por ese sueño de las pequeñas gentes que se preguntaban qué harían si se hicieran ricas de repente; realizó su examen de conciencia y encontró que ese estado le resultaría en verdad agradable, pero que sustancialmente su forma de vivir no resultaría diferente. En todo caso, Ive se resistía a considerar la pobreza como un factor determinante, su fuerza era siempre más sentimental que heroica.
No eran los más pobres campesinos quienes se habían rebelado los primeros, sino los más ricos, y era sencillamente falso creer que el espíritu revolucionario de la clase obrera se reforzaría a medida que su situación económica empeorara: al contrario, el incremento de la miseria frenaba su radicalización. En ninguna parte de la Ciudad pudo observar Ive cuanto había esperado ver, es decir, un agravamiento estimulante de las contradicciones; por el contrario, la miseria creciente parecía favorecer la tendencia general, ya fuera tendente a descender o ya lo fuera a elevarse hacia una bella y apática mediocridad: los periódicos exaltaban este fenómeno relamiéndose, y lo denominaban una conquista de la democracia. (…)
La Ciudad, inmenso fenómeno, obligaba también a reconocer la inmensidad de su mentira; sus cines, sus diversiones, su publicidad y sus transportes públicos, todo lo que tenía de sensacional, todo simbolizaba la perseverancia laboriosa en el trabajo, síntoma de un proceso inexorable que lo arrastraba todo en su torbellino.”
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ESPAÑA, HOY: 18 % de paro.
Doblando la media de la “zona euro”.

En Aragón, las cifras se agravan. La juventud duplica el nivel nacional de la tasa de parados, como consecuencia (entre otras cosas) de la bajísima natalidad entre los españoles oriundos. La destrucción de empleo se cifra en un ritmo medio de 1250 puestos de trabajo al mes.





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