martes, 9 de junio de 2009

Poetas de Caesaraugusta ( IV ): Ángel Gracia

(Pintura de Nicolás Roerich)

“Aprende que nunca llenarás la primera soledad, nunca cambiarás de piel, nunca te amarás”. Así dice el texto de contraportada de VALHONDO.

La insatisfacción está en el origen del ser, no en cuanto cosecha la experiencia. Este es el acorde inicial de VALHONDO… como si comenzara con su final y no deseara avanzar. Tras el no solicitado don de la vida (“Un diluvio de luz / sobre las manos / del niño”) queda la constatación de que la verdadera vida “est absente”.
Un ansia primordial no satisfecha… Luego queda caminar siempre para no llegar sino al inesquivable hecho de no dejar de ser nosotros mismos (“Avanzar hacia mí… reunirme en soledad”).
Si la insatisfacción está en el origen, el ser se funda entonces en el rechazo permanentemente de sí: los árboles no quieren ser bosque (prefieren ser talados), la lámina del agua es acribillada por la lluvia, agua enemiga del agua.

“Los árboles oran
contra el bosque.

Reclaman hacha y pira.

El agua tiembla
herida por la lluvia.”

Y esto vale, funestamente, también para el hombre: “también el aguador / tuvo sed” (p.23).
“Exilio” se llama la primera parte del libro. Si la vida es exilio ¿es nuesta añoranza de un hogar algo que apunta hacia un confín que pueda atisbarse en el poema? El libro se estremece en una inquietud metafísica atada con cadenas de tierra, madera y agua. Un alma que no sabe medirse más allá de la carne, pero sueña con poder contemplarse fuera de sí misma. Así, desde fuera, se contempla esa casa veraniega cuya llave es propiedad del verano y sólo del verano, como aquel hotel de AMARCORD, contenedor de tantas frágiles ensoñaciones:

“La llave está en manos
del verano desolado.
El viento en el umbral.” (p.21).


Somos la tierra donde todas las cosas se sepultan, viene a decir también Ángel Gracia en la segunda parte, “Rostros en el hielo”. Tierra o mar donde lo más grande se sumerge y se pierde.
Pérdida… la posibilidad de perder la memoria de la propia existencia sobre la tierra, era un temor acendrado de los antiguos, por lo que Tiresias era ese privilegiado que pudo conservar su memoria intacta en el Hades; de ahí que vivos y muertos lleguen a ser desconocidos unos para otros, reverberando la soledad absoluta en tal imagen con los ecos más desesperados: “su amada muerta / ha vuelto / y no le reconoce” (p.31). Pero también los vivos se desconocen, no hay salida: “Él cuenta los muertos / y yo cuento los seres / que nunca conoceré” (p.32).
Personajes del legado cultural, el cine de Dreyer, y Hölderlin demente cierran la segunda parte donde ya se ha abierto camino el tema de la muerte y los muertos, el cual prosigue en la sección última del libro. “Los invisibles nos ven”, se ha dicho en la página 22, y ahora el muerto se dispone a afrontar la larga experiencia de estar fuera de la vida: “comienza sin límites mi fin” (p.55).
El infierno, la condena eterna, para el hombre de un tiempo sin Dios sólo puede ser la permanencia indefinida frente a todo error y a la consciencia del propio error, esto es el poema “Inferno”, (p.65).
Todas las posibilidades imaginativas de la desencarnación son aquí evocadas. Así, hay una reminiscencia de las viejas ideas acerca de la preexistencia en el poema “Explorador” (p.56): algo tantea desde la eternidad las posibilidades o inviabilidad de la vida… “Ése / no nacerá”. Pasando por el instante eternizador del poema “Angelus” , llegamos a la gran oración de la página 47, en poema sin título. También la desconexión entre la vida y la muerte puede imaginarse así... que los muertos no deseen en ningún caso retornar a la vida:

“Miedo de perderme
en el principio,
de que se acabe
el último regreso.”


En su magnífico Diario, Giovanni Papini exponía la posibilidad de que los muertos hayan sentido desde siempre tanto miedo a los vivos como los vivos por los muertos, y de ahí la incomunicación que constatamos.

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En EL LIBRO DE LOS IBONES, el centro de gravedad discursivo, la quilla del libro, está entre el decir y el contemplar: las posibilidades de lo decible y lo inefable por un lado, y por otro el testimonio ante la presencia altiva del mundo en la dimensión más pura de lo real: el escenario natural… Un testimonio itinerante (calificativo muy definitorio para este autor) que da fe también de la vida humana por medio de la voz poética y del portavoz-poeta de todos los desconocidos.
La unión del decir y del contemplar itinerante se encuentra ya en el título de la primera parte del libro: “Senda escrita”, y en los versos del cuarto poema que dicen:

“La nieve cambia
en cada cumbre de nombre”.


Misma materia natural, diversa colonización de la conciencia, diverso bautismo humano hacia la roca. Y esta misma conjunción halla su réplica coherente en uno de los poemas últimos (p.93):

“Daría mi voz
si la pradera extendiera
la palabra”.


Con la presencia nueva del yo poético entre los elementos puestos en juego.

El libro es un peregrinaje desde el primer planteamiento acerca de la palabra, el ensayo de la voz que ha de nombrar, para luego pasar al recorrido de esa senda escrita o por escribir. Un alto en el recuerdo, la lectura, el legado literario y el retrato, para luego pasar y pasear de nuevo hacia la contemplación y la mención definitiva, con los parajes que ostentan su nombre (Monte Perdido, Anayet, Asín) con la misma intensidad que los seres humanos (Georg Trakl, Daigu, Li Bo).
Seguramente, al lector de Ángel Gracia no se le pasará por alto que en este poeta existe naturaleza real, y no decorado y escenario de fondo. Cuando dice “montaña,”, “árbol”, “lago”, “ibón”, para él esto no son palabras transmitidas una y otra vez por medio de textos literarios sino presencias numinosas de lo real. Existen en su poema como experimentos verificables. Algo que puede ser rastreado desde sus primeros libros hasta la recopilación de artículos viajeros DESTINO Y TRAZO, recientemente publicada por la editorial Comuniter.
De ahí también que los elementos de la naturaleza no reposen en un cajón de metáforas al que echar mano, sino que su pasión tiende a desligar en todo simbolismo lo que en éste hay de elemento cercano. Y así, ese amor por lo visible le impulsa a partir la metáfora en dos y quedarse con la parte de esos sus dos componentes más cercana a nuestra abandonada condición material. La terminología en torno a la idea de “abandono”, además, aparece con fuerza en esta obra. Esta idea de opción y apuesta por lo visible se manifiesta palmariamente en versos como los que siguen (p.39):

“Torturada zarza,
protégeme de Dios”


Para Ángel Gracia, tal vez lo bello-apariencial, la zarza ardiente que vio Moisés, resulta más vinculante que el Dios que la tradición esconde tras este símbolo, o tras el cual se cela la propia noción de lo divino para no deslumbrar y aniquilar con su manifestación.
La idea se desarrolla, en mi opinión, en estos versos de un poema cercano que sigue al anterior (p.43):

“Tuya es la caricia
que separa a Dios
de la soledad.”

Aunque concluyendo con una matización espiritualista, que supone una apertura del discurso a la que considero significativa:

“Todo lo que existe
necesita de lo que no existe.”


Las citas de místicos (muy alejados de los tan traídos y llevados místicos españoles) como Hildegarda Von Bingen, Angelus Silesius y el maestro Eckhart apuntan en la misma dirección, la cual tal vez sea aún recorrida como senda futura por el poeta.

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Imposible dar cuenta exhaustiva de semejantes libros en el espacio de un post. Una ciudad como la nuestra es libre de desconocer a sus mejores poetas, si bien tal cosa la hará bajo su propio riesgo. Riesgo de empobrecimiento y vacío. Los libros de Ángel Gracia educan la mirada en el sentido más idealizado del término, son theoria en su acepción originaria.
Quien desee conocer de cerca a este autor, el mismo se encontrará al alcance de oídos, atenciones y preguntas el miércoles 24 de Junio a las 19’30 en la Sala Polivalente de la Biblioteca de Aragón, en la nueva sesión de la nueva tertulia poética que organizan Emilio Quintanilla y Rosendo Tello. Allí os espera Ángel, y sus poemas en las librerías y bibliotecas.


(Os están esperando)

5 comentarios:

entrenomadas dijo...

Ángel, ya he leído tu libro y me ha gustado mucho, muchísimo. Hay partes del libro que me han sorprendido.
Hala, aprovecho que tengo un rato libre para decírtelo.

Un beso romano,

M

Ángel Sobreviela dijo...

Grazie mille, M...
Me alegro de haber dado con una buena lectora.

Olga Bernad dijo...

Yo no lo he leído, pero lo haré.
Estos pequeños "estudios" sobre diferentes poetas son una maravilla. Como un buen trailer de una película que no conocías y, de repente, te apetece mucho ver.
No sólo es muy de agradecer, es que lo haces muy bien.
Gracias.

Ángel Sobreviela dijo...

Gracias a ti Olga. No dejéis de leer a este otro Ángel. Es un privilegio tenerlo por aquí, pues se trata de uno de los mejores poetas de la ciudad.
"Valhondo" es uno de los tres o cuatro mejores libros de poesía publicados en Aragón en los últimos tiempos.

alejandro pastor dijo...

Menudo post...fabuloso.

Valhondo es un libro que a mi personalmente me encanta. Me gusta mucho más que libro de los ibones (espero que me perdone el autor).

Estoy a la espera de un nuevo libro de poemas de Angel.

saludos